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District 9

Ucronía con muy poca metáfora y excesiva acción
La cinta de Blomkamp sigue las directrices genealógicas del falso documental para abordar una sutil crítica contra el racismo y el poder. Sin embargo, abandona muy pronto el discurso sociopolítico para lanzarse hacia un cine de inmediatez y efectos especiales

Dedicado al mundo de la publicidad y con sólo un par de cortometrajes, el joven sudafricano Bill Blomkamp ha sido apadrinado por el poderoso Peter Jackson para un debut que tiene como génesis uno de esos trabajos cortos, ‘Alive in Jogbur’. En éste, el joven cineasta ya proponía las mismas bases que en ‘District 9’ con la presentación de un falso documental y una misma premisa: la existencia de un gueto a modo de campo de refugiados con alienígenas que han sido apartados de la sociedad dentro de la ciudad de Johannesburgo, en Sudáfrica. La identidad de este arranque del largometraje evidencia un seguimiento del complejo entramado de la impecable pieza corta.

Se comienza así la descripción de un proceso de llegada de los extraterrestres y el paulatino cerco al que son sometidos, en una especie de normalizado ‘apartheid’ que acredita la intransigencia y el racismo implícito en la sociedad moderna. Tres décadas después de que los extraterrestres llegaran a tierras sudafricanas, fueron recolocados y apartados del ‘downtown’ en un espacio a las afueras de la ciudad, en un terreno denominado ‘District 9’, donde la pobreza y la miseria han marcado la vida de estos visitantes de otro mundo. La MNU, una corporación designada por la ONU para hacerse cargo de los extraterrestres, utiliza este movimiento como excusa reubicarlos en unas nuevas instalaciones y así evitar la convivencia entre las razas.

District 9

Tanto ‘District 9’ como ‘Alive in Joburg’ suscitan su posición de drama que bebe de las fuentes del hiperrealismo televisivo para mostrar ese docudrama mezclado con la original ciencia ficción de fondo. Aquí el género es tomado como pretexto a la hora de hablar de la capacidad sin límite de los gobiernos a la hora de marginar a comunidades enteras y de qué forma sus discursos de concordia esconden oscuros intereses como, en este caso, apoderarse de su tecnología armamentista. Blomkamp sigue las directrices genealógicas del falso documental para establecer los fundamentos de su alegato en contra de la irracional usufructo que los fuertes hacen de los más desfavorecidos trazando un escenario apocalíptico.

Los primeros minutos componen lo mejor del filme, con una vivacidad frenética, a través de declaraciones a cámara que imponen un propósito de verismo en su intento de metáfora política con ímpetu de denuncia y sacan a la superficie los viejos fantasmas del pasado de Sudáfrica. La misantropía y el odio se dan la mano como elementos adheridos a una Humanidad condicionada por sus acciones miserables. Sin embargo, ‘District 9’ se traiciona demasiado pronto a sí misma, puesto que la seriedad con la que se planeta una especie de ucronía y parábola humanista con connotaciones de ofrenda a la serie B se desgaja en el mismo momento en que el agente del gobierno Wikus van der Merwe se expone ante la biotecnología de los aliens.

District 9

A partir de entonces, la crítica social subyacente se abandona a favor de la ‘buddy movie’, de cierto humor que no cuaja muy bien con lo planteado en su comienzo. Poco importa que el ser humano haya enganchado a los visitantes a una droga en forma de comida para gatos, ni de las imposiciones a la hora de hacerles firmar un documento que les haga más fácil su traslado, ni de la violencia que se ha utilizado en este barrio restringido donde habitan esa raza extraterrestre que recuerda a los Vortigaunts del videojuego ‘Half Life 2’ y sus trapicheos con bandas nigerianas. Con la segmentación argumental se recurre fácilmente a los lugares comunes del género de acción, muy por encima de su esencia de ‘Sci-Fi’.

Para Blomkamp llega un momento en que lo único que hace avanzar la acción son los continuos giros hacia un cine de inmediatez y efectos especiales que renuncia al discurso sociopolítico y lo convierte en una sátira atiborrada de insustancial pirotecnia. La rápida transformación de Van der Merwe (interpretado por Sharlto Copley), protagonista caricaturesco que, de ser un papanatas integral, un necio que es arrojado a la boca del lobo, va creciendo fulminantemente hasta reconvertirse en un superhéroe al más estilo Hollywood, se deja en manos de los tópicos y la excentricidad como único valor de avance del largometraje. Lo mismo sucede con ese alien (de esperpéntico nombre Christopher Johnson) y su hijo, que son sólo una excusa para hacer ver lo magníficamente integrados que están los efectos especiales en la acción real, así como ese estrambótica recreación a lo ‘Transformers’ de la pugna final (el cineasta ha dirigido el anuncio de Citröen con esta materia) o el levantamiento de las naves que protagonizan el último tramo de la cinta. Y llegados a un punto donde todo vale, el único motor de solución y justificación es el ‘Deus Ex Machina’.

District 9

Sin embargo, lo cierto es que, aunque ‘District 9’ caiga en todo tipo de convencionalismos y no sea esa obra maestra impuesta por los ‘fans’ que han caído rendidos ante este fenómeno de culto instantáneo, no hay que negarle un privilegiado sentido del ritmo y del espectáculo que se hermana en imagen con un elaborado acabado formal. Se trata, por tanto, un filme entusiasta, que no renuncia en ningún momento a su esencia de divertimento hijo de su época, la misma que, por medio de una campaña viral intachable, ha sabido activar la atención de los nuevos modelos de comunicación y difusión del momento y la ha convertido en el éxito más rentable del año.


Miguel A. Refoyo



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