![]() |
|
A pesar de suponer el ambicioso ‘bigger than life’ de Amenábar, ‘Ágora’, impecable en su acabado formal y puesta en escena, se convierte en cine de continua digresión, carente de emoción y con muy poca épica.
A lo largo de su carrera, Alejandro Amenábar ha ido fraguando un cine considerado desde una doble vertiente; los que juzgan su bagaje como falsario y controvertido, y los que lo contemplan, fervientemente, como un excelente y progresivo paradigma de un hipotético cine comercial español. Sea como fuere, lo que no hay duda es que estamos ante un creador con una pequeña filmografía que no deja indiferente a nadie. Si por algo se caracteriza a Amenábar es por haber ido acercando a su cine a un público entregado a su causa cinematográfica, convirtiéndole en un referente dentro de la industria nacional. Y lo ha hecho con una determinación consistente en una particular búsqueda de cambio de géneros, asumiendo la reconstrucción de temáticas y asumiendo los riesgos de sus decisiones, siempre calibradas en función de la taquilla y el apego al público.
‘Ágora’ no iba ser una excepción. La quinta película de Amenábar es el más ambicioso de sus filmes, que aspira a moverse en diferentes frentes; el drama histórico, el ‘peplum’ renovado, el romance y mucho de digresión política, filosófica y, sobre todo, religiosa. Estamos ante una obra que se afana en ofrecer una salto de campana a las películas de romanos, sin dejar de lado lo que al cineasta y a su coguionista Mateo Gil parece tener ensimismados; una visión existencial y emocional de la ciencia y de la razón sobre las creencias.
‘Ágora’ sitúa así su drama histórico ambientado en la antigüedad de la Alejandría tardorromana, para narrar el trágico destino y la leyenda de la filósofa y astrónoma Hypitia, una mártir y mujer avanzada a su época cuyas reflexiones astrales y matemáticas estaban destinadas a cambiar el conocimiento humano mientras a su alrededor se venía abajo el Mundo Antiguo, con la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, uno de los más grandes misterios de la civilización occidental que representaba el genuino centro del saber y el conocimiento del mundo conocido en aquella época y los cristianos pasaban de ser hostigados a hostigadores.
Eso sí, entre la revolución científica y de doble moral religiosa y las disquisiciones de la naturaleza del cosmos, Amenábar y Gil introducen la figura de un esclavo enamorado de Hypitia que se convierte al cristianismo, como vía de escape y como salida a su libertad.
Con estos mimbres históricos de conferida veracidad, se teje una historia que proyecta sus ambiciones a contexto en el que prevalece un tema sobre todos los demás: el de la confrontación de religiones y creencias, de fanatismos y oscurantismos que se contraponen en rivalidades e intolerancias de dos culturas opuestas como son la pagana y la cristiana.
En apariencia, Amenábar no se excede en su ambigüedad y maniqueísmo a la hora de enfrentar estas posiciones encontradas, aunque sea la segunda la peor parada por lo limítrofe al fanatismo intransigente que impone su credo, ahogando la manumisión a la hora de hacer respetar la obcecación por un saber que anula y duda de las creencias y del amor. Puede parecer un discurso que deroga la afirmación laica y positivista ante el extremismo al que somete el valor católico dentro del filme, pero que responde a la realidad histórica con la que ciertos sectores del cristianismo ejercieron su creciente poder integrista en la antigüedad y que ha progresado hasta nuestros días.
Se puede acometer como un ataque a los cimientos de la Iglesia Católica, que emprendía su proclama panegirista del credo ensombreciendo la razón, relegando la filosofía y obstaculizando la ciencia y el progreso. Tal vez ‘Ágora’ se deje llevar en su metáfora antojadiza hacia la afectación dentro de esta dicotomía. Sin embargo, el problema dentro de estos términos, es la superficialidad y el reduccionismo con los que se matiza la circunstancia social e histórica, al igual que las gradaciones científicas y filosóficas, demasiado básicas en sus aspiraciones a la hora de advertir sobre el peligro de los extremismos en todo tipo de ámbitos.
El relato se mueve con exceso de ideología de un discurso que se queda a medio camino. Es tanta la devoción por el personaje principal, esa astrónoma que representa el fin de la cultura grecolatina y el comienzo del oscurantismo cristiano que fue reconocida con los planteamientos de Kepler más de mil años después dando una lección con su temeridad de lucha hacia lo establecido llevada al extremo, que el dibujo hagiográfico de ésta y un soterrado paralelismo entre ella y la figura de Jesucristo hacen al personaje más grande que la propia historia que se está narrando.
De ahí, que se dejen de atender subtramas más sentimentales y sensitivas, como la de ese criado que necesita creer por amor y por miseria moral, que no quiere perder la ilusión y que acaba inflamando sus propias obsesiones llevadas por el camino de la Fe, la misma que conlleva la comodidad del seguimiento de un dogma inmaterial que es mucho más egoísta que luchar por lo que quiere y anhela en su vida cotidiana.
Una historia, la de Davo, el criado, que tiene su anticlímax en el desenlace, cuando toda la retahíla de ataques, pesquisas astrológicas y el pescado está vendido. Es entonces cuando a Amenábar no se le ocurre otra cosa que subrayar en imágenes los instantes de belleza platónica vividos entre el ex exclavo y su ama y musa con unos sonrojantes ‘flashbacks’ favorecidos con la embellecedora música de Dario Marianelli, que abunda en cada secuencia con necesidad de recalcado.
‘Ágora’ es, o mejor dicho, pretende ser, una metáfora del mundo en el que vivimos a través de escenarios pretéritos donde el hombre está destinado a tropezar una y otra vez en sus errores, que se cuestiona hasta qué punto la estupidez humana ha desembocado en la destrucción del saber, de la Historia. Es ahí donde emerge y transpira la trama astronómica de cuadrantes, esferas armilares o modelos geocéntricos de Ptolomeo.
Como treguas a la reiterativa sucesión de batallas y luchas que van desde la eficiencia cinematográfica con la que se muestra destrucción de la Biblioteca de Alejandría hasta porfiarse en otros varios segmentos de la película con hordas de cristianos en contra de los egipcios, para revertir en una venganza antagónica y poco después de ‘parabolanos’ católicos contra judíos y éstos desagraviándose con un apedreamiento…
Aparte de esto, no hay que reprochar a Amenábar lo bien y mucho que mueve el director de ‘Tesis’ su cámara, el deslumbrante aspecto técnico y el logrado montaje de todos sus oscilaciones visuales. No está en ningún momento exenta del hechizo que parecen desprender sus abundantes movimientos y giros cenitales, así como sus planos de Google Earth que retroceden y avanzan como un modernizado efecto visionario de la ciudad de Alejandría. Amenábar sigue distinguiéndose como un gran narrador, conocedor del medio, siempre consciente tanto de sus virtudes como de sus limitaciones.
No es ése el problema. El problema es que ‘Ágora’ carece de cualquier sentido del ritmo, dando como consecuencia un cine en continua digresión, de abrumante retórica que prolonga su apasionado discurso hasta llegar a un moderado ostracismo contemplativo, que se deja llevar por su honestidad respecto a la historia, pero que acaba por descomponer cualquier atisbo de interés o vibración que no sea la de la reflexión predecible, al alcance de todos los públicos.
Falta emoción y vestigio de épica, de confabulación emocional con el público. El cineasta termina haciendo que la epopeya que se pretende fastuosa sea simplemente endémica, al igual que le sucede a su discurso religioso y filosófico. Es lo mismo que ocurre con el esfuerzo artístico que se ha hecho. Por mucho que se haya invertido en decorados, por mucho que sea ejemplar el diseño de producción, la dirección artística o el cuidado vestuario, por mucha megalomanía que haya volcada dentro de su lírica narrativa creacionista, a esta película le falta ese punto titánico y fastuoso que le hubiera hecho parecer lo que Amenábar aspiraba; una cinta de Hollywood. Pero no lo es.
La jugada de mezcolanza de cine intimista y superproducción, de espectáculo masivo pero autoral, donde la oda a la Ilustración y al feminismo enfrentado a la creencia supuran palabras altisonantes, suponen, en último término, un estrepitoso ejercicio místico que no convence a nadie. Y lo que es peor, se configura como la cinta más inocua y menos polémica de su realizador. Pese a todo ello, Amenábar sigue en ascendente progresión como creador de imágenes con cierta tendencia al esteticismo, que rezuma megalomanía y que sabe reutilizar las mismas formas y recursos estructurales que sus antecesores genéricos.
Lo que está claro es una cosa; cuando se habla de los cambios de género en el cine español, de su insistida frecuencia en ofrecer los mismos estilemas y errores, cabe destacar que ‘Ágora’ busca escapar a cualquier complejo que pueda tener el cine español. Y está visto que eso se logra con 50 millones de euros. Y si no, sólo hay que echar un vistazo a sus números: la cinta de Amenábar ha sido en menos de una semana, la película española más taquillera de 2009.