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Avatar de James Cameron


Bailando con Na´vis
La larga espera del filme de Cameron tras más de una década después de ‘Titanic’ deja un filme espectáculo repleto de ambición, efectos especiales y estética acumulativa. Sin embargo, el resultado es una película vacía que esconde una falta de sutileza abrumante. 

Se le ha dado una especial trascendencia al hecho de que James Cameron haya permanecido más de una década para concretar ‘Avatar’ tras su rutilante éxito con Titanic. El discurso del cineasta sobre esta demora ha sido el de una necesidad de adecuar su filme a las exigencias tecnológicas desarrolladas en los últimos años. Cameron necesitaba unos avances muy concretos para poder hipnotizar al mundo con unos efectos especiales sorprendentes. Su caprichosa actitud huele al exigente espíritu de Stanley Kubrick y su denso destierro voluntario hasta que las técnicas de filmación pudieran llevar a cabo la novela de Brian Aldiss ‘Inteligencia Artificial’.

Su afán por convertirse en el adalid de la innovación tecnológica de la industria cinematográfica y el juramento de brindar al mundo el filme acontecimiento de la década ponían el listón muy alto. El director de Mentiras Arriesgadas prometió una nueva experiencia y un nuevo modo de ver el cine. En su soflama iluminada hacía ver la llegada de una película que iba a dar un giro radical al curso del Séptimo Arte. Se ha vendido como una profecía del cine que está por venir. Una experiencia adelantada a su tiempo. Pues lamentablemente, y como se preveía, ‘Avatar’ no es nada de eso.

Esta nueva aventura de Cameron responde, eso sí, a lo que todos esperaban. Es decir, un tipo de cine elefantiasico muy al gusto de su creador. Una película que, de entrada, implica una ambición tan colosal que es imposible que no sea un éxito. En su resultado final, pesa más lo desproporcionado, lo artificial y lo tecnológico que todo lo demás, que queda indefinido en el equilibrio de aquello que ambiciona y el resultado final de esta historia. Cameron juega a ser Dios creando un universo propio, de fábula épica, ubicado en el mundo de Pandora, planeta habitado por una suerte de Ewoks de tres metros, sin pelo y con aspecto ‘apitufado’. El cineasta ha creado una fauna y flora específica, un territorio y un lenguaje delimitado para dar credibilidad a la aventura de Jake Sully (Sam Worthington), un ex marine norteamericano que se introduce en la tribu de los Na´vi, dentro del cuerpo un caminante de sueños, de un avatar infiltrado que empieza informando sobre la cultura y las costumbres del pueblo y acaba por convertirse en el cabecilla de una revolución contra aquéllos para los que trabaja.

Paulatinamente, además de enamorarse de la bella Neytiri (Zoe Saldana), irá descubriendo a una tribu en comunión con la tierra y la naturaleza que van a ser aniquilados por un ejército manipulado a su vez por una pujante compañía corporativa que pretende adueñarse de un mineral que es la solución real a la crisis energética de una Tierra totalmente despoblada y devastada. Con ello, Cameron deja ver su intención de eco alarmista sobre la evolución del hombre y su empeño en destruir el medio ambiente y la vida humana, así como del progreso como amenaza debido a la avanzada tecnología de las máquinas, como ya sucedía en ‘Terminator 2’. ‘Avatar’ es, ante todo, una cinta de Ciencia-Ficción ecológica, ecologista (sin que falten cantos tribales) y muy antimilitarista.

De entrada, por mucho que se niegue, los paralelismos que se pueden hacer entre ‘Avatar’ y ‘Un hombre llamado Caballo’, de Elliot Silverstein, el ‘Pocahontas’, de Disney y, sobre todo, con ‘Bailando con lobos’, de Kevin Costner, pesan demasiado sobre la parte más volátil y quebradiza del filme de Cameron: el guión. Es más un puzzle de referencias que un trabajo con personalidad propia. A Cameron le falta disciplina guionística ante su irreprochable pericia narrativa. Con ello, ‘Avatar’ se destapa en seguida como una historia infantil, absolutamente previsible, que implica cierta ridiculez en su desarrollo, tópica y trivial hasta el paroxismo, sin albergar sorpresas y dejándose la emoción y cualquier dote para la dramaturgia y la pasión por el camino. Podría pensarse que es un efecto de ingenuidad argumental, de honestidad con una historia reincidida en multitud de ocasiones, bienintencionada en los elementos con los que se construye la colorista historia de amor esquemática y conexión con la naturaleza. Un hálito que atufa a moralina por todos sus flancos, con buen rollo de vitola de ‘new age’.

Sin embargo, conociendo la trayectoria de James Cameron, esto se contradice con su continuo afán por doblegar el cine a su antojo. La jugada de crear un espectáculo más grande que la vida misma (el ‘bigger than life’ que lleva como estigma) se queda en un simple conato, puesto que bajo la estela del alarde de ‘Avatar’, de sus ansias de grandiosidad, se esconde una falta de sutileza abrumante, donde los personajes están desprovistos de profundidad, esgrimidos en un croquis de adiposa capacidad dramática.

‘Avatar’ dilucida torpemente sobre la populista historia de colonización e imperialismo, que vive del tópico y el cliché, con evidentes limitaciones que no van más allá de su sinopsis, volcando el grueso de la historia en simples alegorías, en espiritualidad y amor a la naturaleza de cómodo manual. Por supuesto, filtrado con maniqueísmo y corrección política. Se asienta así sobre los cimientos de un mensaje antibelicista con toques de enfrenamiento entre la evolución armamentística ‘hi-tech’ y la humanidad de lo arcaico y tradicional. Es la particular dicotomía de contraponer la guerra con conceptos antagónicos como la paz e incluso la ciencia. Los Na´vi desafían sin tecnología y usando la naturaleza para combatir la destrucción de los artefactos de aniquilación militar. La epopeya de Cameron parece también querer hacer relectura crítica de algunos errores de la actualidad; en esa guerra sin sentido a cualquier precio que encubre a quien maneja el cotarro, las grandes corporaciones que amenazan al mundo en que vivimos, los ejércitos manipulados hasta el extremo de ejercer el exterminio por cumplir órdenes y un subtexto alegórico al 11-S en un momento muy reconocible de la película.

James Cameron cree que lo tiene todo hecho cuando cambia los papeles tradicionales del género de catástrofes alienígenas. Aquí los malos no son los extraterrestres, son los propios humanos, el ejército y las grandes multinacionales, que son las que pueden llevar a cabo un genocidio si por delante hay intereses económicos (en este caso, un yacimiento de un mineral llamado Unobtainium), en un alarde de denunciar de qué forma las conjeturas neoliberales imponen un erróneo modelo de la democracia capitalista.

El problema es que todo esto se pasa por alto cuando es reconocible que el espectador se pone delante de ‘Avatar’ sabiendo a qué se enfrenta. Cameron y los efectos especiales son los dos ingredientes que prevalecen por encima de cualquier acierto o defecto que lleve esta cinta congénitamente. No hay que analizar más allá de lo que hay. Como cine espectáculo, ‘Avatar’ satisface las expectativas, puesto que lo que importa no es la historia, ni los personajes, si no que la impresión tridimensional se asuma como una exhibición disfrutable por todos aquellos que se dejen los prejuicios en casa. Es un ‘blockbuster’ con todas las de ley que pertenece a un tiempo concreto. Y lo es porque apabulla, porque es una profusa muestra de ostentosidad de medios, de gaudeamus visual al servicio única y exclusivamente de la pirueta deslumbrante. Cameron da rienda suelta a su megalomanía galopante, esgrimiendo un deslumbramiento continuo que no tiene fin y que, a buen seguro, se percibirá, de un modo adulterado, como un lujo para los sentidos. ‘Avatar’ es el testimonio paradigmático de la autoconfianza de su creador, que se aferra al poder narrativo puesto a su servicio de los efectos de última generación.

‘Avatar’ es una montaña rusa de aventuras, donde la plasticidad de las escenas se rige por la estilización continua de lo narrado. Una proeza visual que a lo largo de sus casi tres horas no decae en ritmo y en derroche sensorial. El misticismo planetario sacude a la épica hipertrofiada de los Na'vi u Omitacayas, con espectaculares luchas varias, con su épica final, con romance de novela rosa, con militares que parecen personajes de videojuegos… Todo embutido en un circo digital de estética acumulativa. Hay que reconocer que ‘Avatar’ es un deslumbrante espectáculo visual de primer orden, que magnifica el concepto de odisea cinematográfica al servicio de la taquilla. Que encandila y abruma a partes iguales.

Pero por desgracia para Cameron, la revolución del cine no ha sido tal. Como era de esperar, este armatoste descomunal con olor a dinero y marketing es, simplemente, eso, una jugada perfecta que no descubre nada nuevo. Tal vez mejora el cine que está por venir, que robustece la naturalidad del ‘perfomance motion capture’. Eso sí, hasta el momento, tampoco es que sea algo que levante mucha expectativa, por mucho que a las ‘vacas sagradas’ de Hollywood se les haya despertado la vena tecnófila.


Miguel A. Refoyo © 2009


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