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Discutible revisión del clásico
Tim Burton recrea el mundo de Carroll con expectativas de hipnotizar a través de su visión oscurantista y personal, pero a esta ‘Alicia’ le falta el simbolismo subversivo y encrespado de su origen literario.
Cuando en 1865 el controvertido autor Charles Lutwidge Dodgson escribió bajo el pseudónimo de Lewis Carroll ‘Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas’, nadie imaginó que aquella obra escrita bajo los efectos de drogas psicoactivas como el láudano y el opio iba a convertirse en uno de los libros más importantes de la historia de la literatura. La fábula de la pequeña Alicia en un mundo creado a través de juegos con la lógica representa un mundo onírico y surrealista que continúa siendo un símbolo inescrutable de libertad narrativa. En principio, Tim Burton hubiera sido una elección lógica para llevar a imagen ese universo de ficción enloquecida. Con su revisión de los cuentos de Carroll sobre el personaje, Alicia está destinada a convertirse en mujer mucho antes de lo que ella acepta. Ahora es una joven de 19 años, imaginativa e inquieta, fuera del entorno victoriano que la rodea. Con un par de retazos de su infancia en la que se alude al mágico mundo de las Maravillas, la historia arranca cuando Alicia huye de la ceremonia de petición de su mano por parte de un aristocrático ‘lord’ estirado.
Con ello, la adaptación por parte de Linda Woolverton se centra en la búsqueda del destino de una joven en contra del universo burgués en la que está sumida, en un viaje hacia la responsabilidad del mundo adulto a través del escapismo onírico escabulléndose de los convencionalismos y compromisos sociales. Por mucho que persista ese enfrenamiento con los sueños en un ilusorio entorno de antagonismo entre el bien y el mal representado en esa Reina de Corazones tiránica y déspota que tiene esclavizados a los habitantes del mundo subterráneo y la caracterización y digitalización de sus personajes sea modélica, a esta ‘Alicia en el País de las Maravillas’ se le ha perpetrado una cirugía estética muy del gusto de Hollywood que, no obstante, es bastante discutible.
La imaginería y universo cargado de barroquismo y sombras propio de Burton no ha desaparecido en su traslación de la ideología enloquecida de Carroll. Por desgracia, la adaptación se encuentra con un director más pendiente de evocar lo irreflexivo y la magia liberal del origen de la historia que de narrar o reformular su perspectiva al cine de los nuevos tiempos. La onírica y poética de Carroll está algo revuelta en el énfasis del director de ‘Bitelchús’ por hipnotizar a través de su visión oscurantista y personal, haciendo del espíritu de la novela del autor británico un simple pretexto para desplegar ese universo que va en decadencia visual y entelequia, sin aplomo por el pulso de oscurantismo operístico que mostró, sin ir más lejos, en su más acertada ‘Sweeny Todd’. Hay mucho de redundante en ‘Alicia en el país de las maravillas’; de todo el gótico de su cine, del impertérrito carácter psicodélico, de su impronta de existencialismo ojival. Se echa de menos esa huella de desacato ante las normas para cruzar el deformante espejo de la realidad y la intrusión en un mundo de excepcionales contradicciones de la imaginación desbordante.
A esta nueva revisión le falta el simbolismo subversivo y encrespado de la novela, sin que prospere cualquier conato que confunda la perversidad moral e imprecisa que fluye en su original literario. Al cineasta poco parecen interesarle los juegos de palabras, los sarcasmos, los acertijos o los ejercicios de lógica, rehusando con ello la multiperspectiva y haciendo de la evidencia por justificar cuanto desfila por la pantalla su peor enemigo. Por eso, no ha quedado nada de alegoría socio-política y allí donde Alicia era una niña intimidada por un bestiario de insólitos personajes, aquí responde a las exigencias de un heroísmo determinado en el sacrificio por los demás personajes más que por su inteligencia y perspicacia para avanzar en el relato. Burton escinde con su arrogancia y benevolencia la disociación entre sueño y realidad, sin acudir a la importancia que deberían causar las decisiones que van conformando la personalidad de su protagonista.
Si bien es cierto que la mayor excentricidad y encanto recaen en una digitalización de los personajes que, a la postre, desempeña un papel fundamental para dotar de credibilidad a personajes como la Reina Roja, Tweedledee y Tweedledum, el conejo, la oruga azul que fuma de narguile o el gato Cheshire, se vislumbra un exceso de CGI, de pixels a golpe de ordenador, que languidece ante aquella idea artesanal de un mercenario Tim Burton que ha dejado de ser un ‘enfat terrible’ para abrazar sin disimulo el ‘blockbuster’ acomodaticio. Lo triste es pensar que, no hace muchos años, Burton habría asumido el riesgo de adaptar una obra con la coherencia de aquel maestro de las pesadillas cinematográficas para todos los públicos.
La nostálgica índole de formas ‘feéries’ parecen no tener espacio en este Burton tecnificado y sometido por los edictos de Disney, como si se hubiera concebido pensando en recientes adaptaciones literarias como la saga de Narnia o ‘La brújula dorada’ antes que en el texto de Carroll. En ‘Alicia en el País de las Maravillas’ se descentraliza lo intrínseco y lo ideológicamente anfibológico del espíritu de la Alicia de Carroll para llevarla a un terreno de neurasténico y desestructurado, donde cada paso que acontece se antepone a sus propios movimientos.
Lo que Burton ha intentado es hacer creer que esta aventura era espectáculo visual mágico y sugestivo. Por el contrario, las imágenes se alejan de cualquier sensación de espectacularidad. Todo es plano, como en un escenario vacío de emoción. Algo que no se le puede perdonar a un creador de sombras y estética que rehúye el ‘horror vacui’ de cuidadas composiciones de dirección artística. Aquí, intenta entrar en los parámetros de Maxfield Parrish para su recreación de Underland, pero sin éxito, aunque haya guiños ornamentales de animales reales como pequeños monos, cerdos o ranas que sirven como lacayos de la malvada reina. La torpeza (o lo que es peor, la desgana) del director se deja entrever en muchos instantes donde algunos síntomas de brillantez aseguran a Burton el éxito indulgente. Pero pocos. Lo que queda es, entre otras cosas, esa batalla final despojada de dramatismo o épica, que bien poco tiene de espectacular en el encuentro entre el bien y el mal con la pugna de Alicia blandiendo la espada vorpal contra el Jabberwocky. Además, a la película le falta empaque iconográfico y contextual. Un desacierto que es disimulado con las notas del siempre genial Danny Elfman, de ese halo de noción trágica y entristecida, corriendo incluso el riesgo de depender en demasía de la partitura para que los fotogramas de claroscuros de Burton tengan la fuerza necesaria para fascinar.
Entre lo mejor de esta nueva cruzada de Burton con el cine fantástico está ése citado y virtual elenco inspirado en las ilustraciones de John Tenniel, donde destaca la composición de Helena Bonham Carter, que se hace la dueña de la pantalla cuando tiene oportunidad. El peor parado es, sin lugar a dudas, un Johnny Depp (cuyo Sombro Loco es un remedo de Carrot Top) que rebosa de loco histrionismo al que se le va de la mano con un rol entrañable hasta la representación del insoportable gesto alucinado y maquillado que lleva tiempo reduciendo hasta el encasillamiento sus posibilidades interpretativas.
En ‘Alicia en el País de las Maravillas’, definitivamente, se echa de menos a aquel Burton más contracorriente, obsesivo e hiperbólico, al creador manierista y ‘outsider’ que era capaz de deconstruir sus creaciones con astucia, ingenio sarcástico y colorista crueldad. Ha quedado a medio camino en sus ínfulas convencer con este fallido juego que discurre acerca de las decepciones de esa niña que debe afrontar el mundo adulto en contraposición con el olvido de la fantasía infantil. En esta esfera, se podría asemejar al fallido ‘Hook’, de Steven Spielberg, en su intención de reinventar un icono literario fantástico de tan importante efigie. Y, como en aquélla, la jugada es bastante desfavorable.
Miguel A. Refoyo © 2009