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Iron Man 2


Otro divertimento de festín

Jon Favreau prolonga las reglas del primer ‘Iron Man’ en una secuela que, a pesar de ciertos problemas y defectos, sigue la vía del desprejuicio como virtud para ofrecer un espectáculo de esparcimiento sin pretensiones.


El primer Iron Man se desvinculaba de la nueva tradición de superhéroes por varias razones. Entre otras, que su ímpetu comercial no desdeñaba el hecho de transitar por lugares comunes del subgénero, combinado un plausible esfuerzo por evitar la previsibilidad y dotar de sustancia tanto a la historia como a la narración. Después de embolsarse más 320 millones dólares en 2008 sólo en Estados Unidos, su director, el también actor Jon Favreau tenía muy claro que, para evitar el desastre de otras sagas que han caído en el error de dejar de lado sus secuelas (entre ellas, el horrible tercer ‘Spider-man’ de Sam Raimi), debía seguir unos procedimientos similares a los de su antecesora en un itinerario primordial que no traicionara la receta de calco hacia la simplicidad de su primera parte. Y ‘Iron Man 2’, en principio, no desarticula esta teoría, aunque no lo logre con total convención.

La historia continúa más o menos donde lo dejó su antecesora. El multimillonario Tony Stark acaba de anunciar al mundo que es el heroico Iron Man. La revelación no es del agrado de todos. Ivan Vanko (un gran Mickey Rourke), un físico moscovita con dientes de metal y pinta de enorme portero de prostíbulo de mala muerte que vive en un chamizo, quiere vengar la muerte de su padre porque considera que la familia Stark es la responsable de que fuera encarcelado en un ‘gulag’ y abandonado a la bebida en un Moscú de la era Putin despojado de su mérito científico. Es el primer elemento atractivo de esta nueva entrega; esa nostalgia de recuperación por parte del guionista Justin Theroux de la iconografía de villanos soviéticos, heredados de la Guerra Fría, olvidando, de algún modo, la actualización terrorista de los tiempos que corren.

En esos vértices de nostalgia genérica transcurre esta película donde la carrera sobre los avances armamentísticos son el núcleo de las disputas, con un complejo trasfondo socio-político y militar e industrial, en el que un Gran Premio de Mónaco brilla como un prontuario del glamour algo añejo o una Exposición de 1964 como punto culminante de un desarrollo actualizado. Por supuesto, en ‘Iron Man’ tampoco falta el factor de drama que preocupaba a Stark, su vulnerabilidad bajo la protección de acero. En esta continuación sigue siendo un enfermo con graves problemas de salud, un personaje que sufre de megalomanía y una alteración tóxica en la sangre. Es una lástima que, de nuevo, se haya dejado escapar el rastro de aquel mítico “demonio en la botella” de Layton y Romita. La adicción y sus fantasmas parecen no tener espacio en un ‘blockbuster’ familiar. Algo que, sin bien es lógico, determina el encauzamiento que tomado la serie en su adaptación cinematográfica.

Otro factor que no deja ser curioso es cómo la trama comienza con un senador americano reclamando en una audiencia del comité del Senado el testimonio de Stark para que revele los secretos de su arma para abrir nuevas vías armamentísticas al mundo, ya que países enemigos están probando su tecnología para conseguir prototipos similares a la estructura de bioelectricidad y robótica utilizada en Iron Man. La combinación entre patriotismo y capitalismo está llevada con inteligencia en estos compases del filme, con Stark aclamado por la caterva de seguidores de su creación jactándose de haber privatizado la paz mundial. Es el simbolismo de un corporativismo contracorriente que recuerda al lema acuñado por Bertrand Russell “la paz era nuestra profesión”.

Pero existe un antagonismo velado de Stark. Y lo hace de la mano de otro personaje, de Justin Hammer que, lejos de parecerse al sagaz y siniestro empresario del cómic, caricaturiza aquí al rival envidioso que ansía llegar a ese progreso técnico de su competidor. Este enfrentamiento recuerda a la conflagración tecnológica que llevan a cabo Steve Jobs y Bill Gates. Como fábula sociopolítica ‘Iron Man 2’ procura resultar reveladora o, al menos, deliberada hacia un discurso más profundo de lo que aparenta, entrelazando con algo de variedad en otros temas de actualidad, como que Pepper Potts sea nombrada como presidenta de la compañía Stark, cuña del progreso femenino en puestos de poder.

Pero lo cierto es que, si bien Favreau sigue en esa línea de desparpajo fílmico y todo sugiere entretenimiento sin complejos, a esta película le fallan mecanismos que provocan un resultado no tan convincente como su anterior muestra de estilo. No en vano, las afectaciones ponderativas en la espectacularidad de muchas de secuencias de acción rayan lo frívolo y excedido; desde ese deleite por la destrucción de coches de F1 en la primera lucha de Vanko y Starks/Iron Man, como en el duelo entre éste y los múltiples Iron Soldiers o en el tramo final, donde el dispendio y la ostentación digital llegan a su culmen con el duelo con Whiplash y el Hombre de Acero luchando por ponderar el honor de sus respectivos padres que no es más que otra muestra de superficialidad que intenta sobredimensionar sus líneas argumentales.

Pese a ello, el sentido del humor funciona a ratos. Aunque se desequilibre en ocasiones, debido a que el sutil sarcasmo se confunde en muchos momentos con el chiste zafio, con la funcionalidad del guiño bufonesco. Muchas de las acciones que hacen avanzar (o entorpecer) la trama carecen de toda lógica –como esa pelea escandalosa que tiene lugar en la mansión de Stark entre éste (borracho y vestido con el traje de Iron Man) y su amigo James Rodhes enfundado en otro prototipo similar denominado Mark II. Además, sus personajes secundarios permanecen en el limbo abandonados a su propia suerte en la dejadez y la insignificancia; Scarlett Johansson está muy ‘brutota’ como “Black Widow”, pero poco tiene que aportar dentro de la trama o el Nick Furia de Samuel L. Jackson que es casi imperceptible. Por otra parte, otros personajes que deberían tener cierto peso como Pepper Potts o el exagerado Hammer terminan sucumbiendo a la redundancia presencial. En ‘Iron Man 2’ es un problema el hecho de que vayan dando algo de carrete a demasiados personajes improductivos que van finalmente pierden su magnitud hasta la falta absoluta de importancia dentro de algunas tramas inconclusas o, directamente, inservibles.

Dejando el abuso de interfaces de anticipación tecnológica a un lado o los protagónicos efectos computarizados que desempeñan una función dilatada dentro del cómputo global de la historia (algo que no sucedía en la primera toma de contacto con el superhéroe), la pregunta es: ¿dónde reside entonces la mayor eficacia de esta secuela? Pues en los mismos aciertos del desprejuicio con el que se está conformando la saga; en el ritmo de montaje y en las ganas de entretenimiento, que sabe eludir el exceso de introspección especulativa cuando es necesario, en sus canciones de AC/DC, The Clash, Queen o Daft Punk, pero sobre todo, en el irresistible talento y atractivo de Robert Downey Jr., que sabe dotar con sutileza las peculiaridades de sus personajes. Es decir, que si bien no se percibe a primera vista, Stark, en manos del actor desprende en todo momento ese halo de canalla de bebedor y narcisista autodestructivo que se evidenciaba en las páginas de los cómics.

‘Iron Man 2’ es, con todos sus defectos, un placentero divertimento de festín, en una saga que renuncia (por el momento) a la moda del 3D y que agradece la concesión a la ingenuidad por parte del espectador que se deje llevar por los cielos, más bien de discreta brillantez, por los que surca este superhéroe dentro de una secuela estimable, aunque no aguante una comparación en términos cinematográficos con su impecable precedente y que deja abierta la puerta no sólo a una tercera entrega, si no a un compendio superheroico que proporciona otro par de guiños (esta vez al ‘Capitán América’ y a ‘Thor’) de lo que será un conjunto completamente interrelacionado del Universo Marvel y que tendrá como colofón ese armatoste fílmico que se titulará ‘The Avengers’.

Miguel A. Refoyo



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