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Kick Ass

La deconstrucción del superhéroe
Con los cimientos del controvertido cómic de Millar y Romita Jr. el realizador Matthew Vaughn subvierte los módulos representativos del género de superhéroes conjugando referencias al mundo del cómic, con parodia, drama y ultraviolencia.

El mundo del cómic parece haber encontrado en el guionista escocés Mark Millar un digno heredero de los grandes nombres de la orden más selecta en la historia reciente del Noveno Arte. Su irrupción ha supuesto el afianzamiento de una pieza clave en la modernización de la todopoderosa Marvel, insuflando nuevos aires con una sorprendente capacidad de revolucionar el concepto de cómic moderno y poner patas arriba las pautas de tiralíneas seguidas hasta el momento por sus acólitos. Sus bazas son reconocibles; un sentido del espectáculo que respalda la ‘ultraviolencia’, una inteligencia genuina en la estructura de sus admirables diálogos, su innegable mano para crear ciclos de acción ‘hard-core’ que descubren erudición y cultura pop a partes iguales o una pericia para la colisión del arco y el giro argumental que basa su fuerza en la parodia, el humor y el hiperrealismo. Así es Mark Millar, un tipo capaz de mezclar en promiscua miscelánea el impacto visual y el dinamismo narrativo con total emancipación de referencias y planteamientos clasicistas.

Kick-ass es la adaptación cinematográfica del cómic creado por Millar junto al dibujante John Romita Jr. En estos tiempos de superhéroes postmodernos, de revisiones de clásicos angostos y actualizaciones reiterativas se ha ido perdiendo el concepto de esos personajes anónimos con poderes especiales que pugnan contra las fuerzas del mal. Y con ello, se llevan a cabo artimañas taquilleras que porfían, en muchos casos, su vacuidad disfrazada en efectos especiales de última generación y mucho de ardid comercial ataviado de entretenimiento sin pretensiones. La herencia de aquellos superhéroes supeditados a la realidad de su naturaleza dentro un ámbito exclusivamente alegórico ha ido perdiendo, en definitiva, mucha de su fuerza pretérita con la búsqueda de una trascendencia verosímil y prosopopeya narrativa. La cinta del británico Matthew Vaughn toma como raíz los cimientos de la controvertida historia de Millar para narrar la historia de un chico llamado Dave Aaron Johnson Lizewski, un adolescente algo ‘geek’, desgarbado e invisible para las chicas al que se le ocurre la feliz idea de embarcarse en una aventura imposible; ser un superhéroe llamado ‘Kick-ass’ dentro del mundo real, disfrazado con un traje de feria y armado con unos nunchakus.

Lo que en principio parece un juego peligroso pero emocionante, pronto le arrojará a un mundo sórdido. Por azar del destino se hace famoso. Sin embargo, este hecho no es el resultado de sus acciones heroicas, sino que la popularidad es producto de un vídeo colgado en la red que se reproduce millones de veces en ordenadores y televisiones. La trama girará por otros derroteros más comprometidos, cuando se vea inmerso en una historia de venganza y enredo criminal en el que el capo Frank D’Amico busca al responsable de la matanza de parte de su banda de gángsteres, que está siendo masacrada por un superhéroe. Ayudado por un padre y su hija, superhéroes en ciernes bajo el nombre de Big Daddy y Hit-Girl, Dave deberá enfrentarse a un imperio criminal que le supera.

El filme arranca presentando la rutina y la tangible circunstancia de los jóvenes dentro unos parámetros de identificación con un género que entra en los terrenos de las ‘teenager movies’. Para ello, introduce al espectador en el día a día de tres amigos que pasan desapercibidos, que observan sin esperanzas a las tías buenas del instituto y pasan las horas sumergidos en conversaciones sobre Intenet y cómics. ‘Kick-ass’ nunca pierde de vista ese reducto intracultural superheroico, que huele a Joss Whedon y que se formula en una época y en unas bases concretas marcadas, en gran medida, por la actualidad de las redes sociales, Youtube y demás alucinaciones colectivas, del impacto que provoca la cultura popular en los jóvenes que la consumen y que unifica el interés hacia un fin común descontrolado y desconocido.

Comienza acercándose a la realidad del submundo juvenil sin alardes ni estereotipos, pero pronto cambia de rumbo, en el mismo instante en que se convierte en un tratado sobre (anti)superhéroes; primero desde el prisma de un incierto justiciero como antítesis de las pautas adjudicadas a este tipo de filmes, para después abarcarlas con los módulos representativos del género (la chica del protagonista, el villano inclemente, el antagonista y los acompañantes), sólo que subvirtiéndolos a las exigencias de un fascinante manifiesto que conjuga referencias al mundo del cómic y parodia tomada en serio con el material con el que se elabora la trama.

Desde ese punto, ‘Kick-ass’ prolonga unos estratos diversificados en un agradable multigénero que, si bien fortalece su atributo más categórico en la demencial jerarquía del ritmo, a veces adolece de cierto desequilibrio entre sus muchos y apasionantes niveles dramáticos, cómicos o de acción sin freno. Vaughn es consciente de la dificultad de la empresa, por eso sabe controlar las convulsiones argumentales llevadas por esa voz en off que se burla del héroe clásico bajo la máscara y sus disquisiciones sobre el Bien y el Mal y su desubicación dentro del mundo que deja a una lado la liberación personal del mito para arrojarlo a una desigual conexión entre ficción y realidad con un trasfondo dramático llevado por la motivación de una venganza familiar.

Pese a que a muchos de los fans del cómic original no compartan esta idea, tanto Vaughn como su coguionista Jane Goldman no traicionan en ningún momento el espíritu del cómic y los cambios que difieren de éste en la versión cinematográfica obedecen a un sentido práctico, reinventando su esencia en su funcionalidad, como el hecho de abordar bastante del drama de Millar desde una representación mucho más lúdica y sarcástica, que se podría circunscribir a los modelos de la comedia. Además, el director de ‘Layer Cake’ lo consigue sin perder ese fondo de interacción de personajes y movimientos basados en la realidad reconocible, como esa actitud permisiva de Lizewski hacia la chica de sus sueños a la que deja pensar que es gay para estar cerca de ella, la vida paternofilial entre el despiadado Frank D’Amico y su insatisfecho hijo necesitado de amistad y atención o el extraño día a día que comparten Damon Macready y su hija Mindy. ‘Kick-ass’ vendría a ser, de este modo, una redefinición del superhéroe moderno, transmutando de heroico icono invencible a una figura humanizada con necesidades normales. No obstante, se echa de menos una secuencia que tiene lugar al final del cómic y de la que Vaughn ha prescindido; aquélla en el que Hit Girl le pide a Kick-ass que la abrace, algo que posponía la crueldad y daba el tono de tragedia interior de una inocencia cercenada por la venganza.

En la construcción de una de las películas más gratificantes del año, Vaughn cumple con las expectativas de empatar la realidad y rutina de ese adolescente soñador con un contexto superheroico en el que, lejos de reverenciar los clichés del género, los pervierte, abriendo una comedia al uso para ir, progresivamente, enturbiándola hasta una incómoda catástrofe que no desaprovecha un vistoso colorismo estético en su (aparentemente) solaz celebración de la violencia como vía de resarcimiento que recuerda a un episodio concreto de ‘Kill Bill’, de Quentin Tarantino, referente con el que Vaughn tiene alguna que otra deuda. Es aquí donde ‘Kick-ass’ se apunta su más meritorio tanto, en la provocación buscada con soterrada ambigüedad moral que se introduce en las acciones que se perpetúan a lo largo del filme, como en el salvaje aprendizaje de Hit-Girl a manos de su padre, que le dispara para probar un chaleco antibalas o la disciplinada educación que sigue ‘Bruma Roja’ por parte de su progenitor. Aquí sí se mantiene latente ese rescoldo de película con inspiración nihilista que no logró recoger el ‘Wanted’, de Timur Bekmambetov, otra de las adaptaciones de viñeta a la gran pantalla de Millar.

Lo más llamativo de la película es asistir a ese recital de naturalidad con la que una niña imparte con efusión violencia y sangre, sin ningún tipo de aprensión en su desinhibida praxis de ejecución de justicia. La clave de ‘Kick-ass’ es que sabe jugar perfectamente la carta sobre la que gira el hervor sangriento, apoyándolo sobre un eje determinante como es la banda sonora, convirtiendo cada ‘set-piece’ de matanza en pequeños y armónicos episodios de brutal comedia salpicada de hemoglobina y guiños a modo de ofrenda a otras producciones recientes o clásicas, con todo tipo de acrobacias y cabriolas de violencia estética referida al cine pop hongkonés y demás referentes del cine de acción.

No se puede olvidar la gran aportación de algunos de sus intérpretes, que cumplen con gran facilidad su cometido, haciendo que todo sea creíble y fluya hacia el esplendor. Ya no sólo porque los jóvenes Aaron Johnson o Christopher Mintz-Plasse establezcan una encantadora afinidad antagónica en pantalla o la enésima (y gran) recreación de uno de los villanos más eficaces del cine actual como es Mark Strong, si no de la recuperación de Nicolas Cage, que pone en juego las cualidades de intensidad y sentido del humor para dar vida con distinción a ese ex policía que ha visto su vida arruinada por un jefe de la mafia. Pero si alguien destaca por encima de todos, esa es Chloe Moretz en su papel de Hit-Girl, que roba descaradamente el protagonismo a cada uno de los ‘partenaires’ que comparten plano con ella.

Esplendorosa, inspiradora y totalmente anárquica, ‘Kick-ass’ es una de las películas más sorprendentes de la temporada, en la que Matthew Vaughn deja claro, a través de la inspiración de Mark Millar y Romita Jr., cómo redelinear los filmes de superhéroes, teniendo como designio aspirar (que no conseguir) a convertirse un punto de inflexión dentro del género. Estamos antes un filme parido con convicción y desenvoltura, lleno de guiños cinéfilos, además de un espíritu irónico que llega con facilidad al cinismo. Y aunque es menos revolucionaria de lo que intenta aparentar, su descaro y audacia hacen que prevalezca como una obra de delectación sin complejos. Una cinta de puro entretenimiento que, sí vale, no es la deconstrucción superheroica definitiva. Pero casi.

Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010



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