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El mito de los entrañables juguetes
rotos
La factoría capitaneada por John Lasseter
impone de nuevo su hegemonía, más allá del elogio, en otro testimonio de
indudable calidad de unos genios capacitados para sorprender en cada película
que estrenan. A pesar de ser la más oscura de la saga, es el más memorable,
virtuoso y ejemplar alegato al poder de la imaginación de todas
ellas.
Hace ya quince años desde que John Lasseter y su Pixar Animation se plantara en Hollywood como la empresa visionaria capaz de arrojar una luz incandescente sobre los nuevos signos dentro de la animación y, por extensión, al ámbito comercial y cinematográfico. Su irrupción con ‘Toy Story’ avanzó la capacidad de sorpresa y la futura regalía en cuanto a la revolución de la tecnología aplicada al cine (no sólo de animación) que, de manera gradual, ha ido alcanzando cotas de perfección imprevisibles hace una década en la que Pixar ha alcanzado una perfección más allá del elogio. La tradición y modernidad se unen a la modélica construcción narrativa de sus guiones, en continuas muestras de artesanía revolucionaria que cambia y magnifica la animación llevándola a una privativa esfera donde las reglas del entretenimiento y la imaginación parecen no tener límites.
Con voluntad de transgredir, con astucia y evitando la artificiosidad de sus competidoras, Pixar consigue en cada acometida esa idónea mezcla de diversión, inteligencia y prurito conmovedor que fascina a los pequeños espectadores y conquistar el corazón de sus padres. Las obras surgidas de esta fábrica de sueños vendrían a resumir su éxito en una doble conquista: son películas infantiles para adultos y, a su vez, películas adultas para niños. La saga de ‘Toy Story’ parece describir la evolución de esta firma, que rubrica en imágenes una autobiografía colectiva. Para ellos, al igual que el espíritu de estas entrañables tres películas, el verdadero sentido del trabajo y aquello que les convierte en únicos es el hecho de no renunciar jamás a la fe infantil, donde cualquier mundo inimaginable es posible.
‘Toy Story 3’ es otro milagro. Otra consecuencia de esta conjunción de talento, calidad y trabajo visionario. Por ello, el sheriff Woody y el protector espacial Buzz Lightyear, junto a sus amigos; el perro Slinky, el dinosaurio Rex, el cerdo-hucha Hamm, Mr. Potato, los tres marcianitos del Pizza Planet, la vaquera Jessie y el caballo Perdigón, han pasado a formar parte de la iconografía de la familia de la cultura norteamericana y del resto del mundo. Son compañeros de viaje que ofrecen un último itinerario con aventuras en el mundo de los humanos que serán muy difíciles de superar. Basta con un espectacular prólogo para dejar claro las intenciones de superación respecto a sus ya de por sí antológicas antecesoras. ‘Toy Story 3’ se presenta mejorando los pocos defectos de sus precedentes y evidenciando una sofisticación dentro de la desbordante acción y del sentido del humor. Y lo evidencian en ese formidable prefacio que remite al ‘western’ mezclado con la ciencia-ficción y la ostentación de imaginería infantil puesta al servicio de la magia de Pixar. Sin embargo, en seguida el espectador se da cuenta de que estos fuegos artificiales devenidos en juego infantil no son más que un instante retrospectivo que forma parte del pasado.
A pesar de que los juguetes siguen su vida en equidistancia a la realidad, viven un mundo circundante que se ha ido desvaneciendo con el paso de los años hasta acabar con ellos en un arcón de viejos recuerdos. Andy tiene diecisiete años y ya es mayor para jugar con muñecos. El presente les destina a un alejamiento definitivo. El joven se va a la Universidad y el destino de los juguetes tiene un futuro incierto: permanecer para siempre en el desván, ser donados a un parvulario o directamente a la basura. Por una confusión, todos ellos acaban en la guardería Sunnyside, donde la diversión, los niños y el cariño parece ser la nota predominante del lugar. Por supuesto, no todo es tan bonito e idílico como parece.
De entrada, ‘Toy Story 3’ fundamenta su éxito en la portentosa eficacia de su guión, en la construcción delineada con unos movimientos lapidarios, donde los diálogos se suceden con la maestría de los clásicos, respondiendo a la necesidad del diseño de unos personajes pormenorizados al amparo del excelente empleo de los dispositivos cinematográficos. El filme de Lee Unkrich responde a un complejo engranaje de insuperable funcionamiento, que sabe ampliar sus posibilidades argumentales armonizando parodia, tacto emocional y una colorista estética conferida del acostumbrado detallismo extremo de Pixar. La confección narrativa es paradigmática por el sustento de un ritmo acelerado y sin freno, que entusiasma y deslumbra por el laberinto de sutilezas al que es arrojado el espectador. Se reanuda así un preciso trazado que simboliza los lugares comunes de la saga, ambientado en el género carcelario de evasiones.
En ese sentido, ‘Toy Story 3’ no ofrece nada nuevo visto en sus dos anteriores funciones. La fuga como objetivo sigue perfilándose como el esquema medular de la acción, recurriendo a la estructura del rescate, a la acción como motor de la convulsión dramática. La historia de Lasseter, Andrew Stanton y el propio Unkrich en manos del guión de Michael Arndt basa su vigor y emoción en la sensibilidad y el respeto por todos y cada uno de los personajes que desfilan por la pantalla, en sus particularidades y caracterización humana y psicológica, con un contenido sintético propio. Por tanto, sigue la voluntad de perpetuar el descomunal talento con una idiosincrasia propia, evolucionando en su trascendencia, perpetuando su identidad como referente de animación mucho más allá de los anticuados conceptos de Disney, el gran nombre que les distribuye. ‘Toy Story 3’ hipnotiza de tal modo que cualquier atisbo de secuela oportunista queda diluido desde su primer fotograma.
Como no podía ser de otro modo, esta montaña rusa de acción y
sentimientos presentada como comedia de animación digital sigue venerando la
sencillez con que están diseñados los juguetes originales. Eso sí, que nadie
vaya a pensar que Pixar no haya avanzado otro escalón más en su progresión
dentro de los parámetros tecnológicos puestos como retos casi inalcanzables.
‘Toy Story 3’ exhibe el 3D más acabado y elegante de cuantos se han visto hasta
el momento (incluido el ‘Avatar’, de James Cameron). La
factoría de Lasseter demuestra así esa lucidez de análisis de todas las técnicas
fílmicas que ni siquiera ellos mismos soñaban cuando lanzaron las dos primeras
partes de la trilogía y que han ido puliendo paulatinamente en los últimos años
con maravillas como Wall·e y Up. Los ángulos, la composición de los planos, los
tiros de cámara llenos de magia y ese cuidado de la textura cromática y de la
luz ponen el perfeccionamiento a un nivel de exigencia que aquí tiene un
testimonio concretizado en la indudable calidad de unos genios capacitados para
sorprender en cada película que estrenan.
En el mundo de las secuelas, y más en la prosapia del cine infantil, la oscuridad y el tono más lóbrego suele infundir ese halo de misterio e interés como técnica de lanzamiento para nuevas entregas. A ‘Toy Story 3’, obviamente, esto no le hacía falta. Sin embargo, lo es. Este tercer viaje sigue afrontando ese miedo e incertidumbre al abandono y al desamparo del juguete. Pero nunca antes hubo una analogía tan clara entre esa orfandad equiparada al miedo a la muerte. No sólo porque haya alguna terrible secuencia que enfrente a los protagonistas a ella, sino en esa sensación de desconfianza sobre el acontecer de los giros, de ese porvenir borroso en un juego de pugnas entre desilusión y optimismo. El viaje final es también un testimonio visual de la caducidad del tiempo, de cómo todo lo que un día era felicidad se vuelve una incógnita convertida en ley de vida.
Lo vemos en el perro de la familia Buster, que ya no es un cachorro juguetón y cómplice de los juguetes, ya que ahora está viejo y cansado. También en Molly, la hermana pequeña de Andy, que prefiere leer revistas de ídolos adolescentes que jugar con su Barbie. Pero sobre todo en esa desconexión del vínculo familiar (esta vez aseverada la falta de la figura paterna) entre madre e hijo una vez que éste empieza una nueva vida lejos de casa. El relato infantil se anula por completo de forma velada por otro de un calado vital y reflexivo que impone, a todas luces, una lección de humanidad y de vida.
‘Toy Story 3’ es la más oscura de las tres porque además incluye temibles figuras empapadas de opacidad y heridas sentimentales, como el aterrador Big Babby que custodia las espaldas de la gran figura maligna del filme, un oso con olor a fresa llamado Lotso Abracitos, fraudulento peluche entrañable lleno de odio y resquemor que no es más que la manifestación del ánimo de venganza por la incuria infantil, emblema de la orfandad a la que se ve sometido un juguete cuando el niño se desentiende de él y pasa a otra vida bien distinta que nada tiene que ver con el juego y la atención. Algo parecido a lo que se planteaba en la segunda entrega por parte de Stinky Pete y su deseo de acabar sus días en un museo para admiración de generaciones de amantes de los juguetes clásicos.
Sin embargo, aquí no hay espacio para la amabilidad, los despóticos juguetes de la Sala Mariposa no dudan en torturar a los rebeldes de la sala Oruga, espacio en el que los infantes más descontrolados descuartizan y maltratan todo lo que cae en sus manos. ‘Toy Story 3’ se nutre de un complejo discurso sobre el paso del tiempo y la nostalgia que no se resiente en cuanto a su contenido moralizante y aleccionador, tomándose la licencia de exponer con violencia la iniquidad del olvido y de sus consecuencias. Sin olvidar esa persecución culminante de un clímax esperado. Ya no se trata de un cohete de ensueño de deposita a los protagonistas en la caja vacía de un asiento trasero, reconstituyendo la feliz normalidad infantil. Tampoco la trepidante aventura en una cinta transportadora de un aeropuerto. En esta ocasión, el destino enfrentará a los juguetes a una eventualidad mucho más fea e incómoda como es la supervivencia a una instalación de procesamiento de basura a la que están predestinados.
A pesar de ese tono tenebroso, naturalmente Pixar se supedita al universo infantil, por eso el humor sigue siendo vital para que todo funcione. Además de esa constante sorpresa en el ‘gag’, la diversión viene dada por elementos novedosos que encuentran su destacada presencia en el muñeco Ken, que propicia algunos de los momentos más hilarantes de la película, cuestionando su masculinidad por poseer un ropero de lo más variopinto y en su relación con Barbie. No faltan alusiones a la propia historia de Pixar, con guiños cinéfilos y autorreferencias constantes (como Sid, el terrible vecino de Andy de la primera parte, que ahora es el basurero del barrio), en la metamorfosis de Mr. Potato o en la vulnerabilidad de Buzz Lightyear y su formateo y cambio de idioma o la desternillante metamorfosis de Mr. Potato. Sin olvidar a nuevos roles como ese mono guardián chillón o el teléfono de Fisher Price renegado y temeroso.
Por todo eso, ‘Toy Story 3’ subraya la importancia y trascendencia de los nuevos ciclos vitales, sin evitar que se marque una substancial huella de aquellos instantes felices que se pasan junto a aquellos juguetes que pertenecen al pasado, que fueron parte significativa de la vida y el ocio infantil y que reviven en manos de aquellos que merecen jugar con ellos. La saga de ‘Toy Story’ es y será a lo largo de la Historia un virtuoso y ejemplar alegato al poder de la imaginación. Un final de fiesta desproporcionadamente entrañable que alberga una espectacular plétora de emociones que van desde la angustia dotada de una tensión insostenible al suspiro pacificador, para llevar al público en volandas a ese epílogo capaz de hacer aflorar las lágrimas, sacudiendo el sentimiento colectivo, cargado de una melancolía y una nostalgia digna de una gran obra maestra que cierra el círculo de una trilogía maravillosa.
Estamos, sin duda alguna, ante la posible gran película de 2010. La cinta de Unkrich apela al poder de la emoción en esa historia del adiós a la niñez, transformando el cuento en la entrega más madura ya no sólo de ‘Toy Story’ sino de la iconografía y de los anales de Pixar, en esa emisión de madurez y complejidad acerca de valores como la deslealtad, la pérdida o la fugacidad del tiempo que contrasta con la reflexión meditada sobre el amor y la amistad. Es una obra total de envidiable elegancia, gusto y maestría a la hora de provocar emociones y advertir, de paso, el riesgo al que conlleva que los niños de hoy en día encaminen sus gustos hacia juegos virtuales antes que hacia los juguetes tradicionales y que la propia necesidad por satisfacer la imaginación a través del juego imaginativo. Será difícil olvidar esta tercera parte dentro del cómputo común. ‘Toy Story 3’ provoca esa difícil satisfacción de estar ante un cine en estado puro. Es, a fin de cuenta, sencillamente memorable.