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El laberinto de los sueños
‘Origen’ es una ostentosa fantasía onírica en la que Nolan actúa como alquimista al introducir múltiples niveles de manipulación ante los ojos del espectador, donde las reglas se rigen por una articulación de niveles que, bajo su apabullante empaque de complejidad y dobleces, cuestionan la percepción del proceso cognitivo que transforma la realidad en posibles ilusiones.
La filmografía de Christopher Nolan se concreta en un cúmulo de obsesiones referenciales que exponen un estilo apabullante con historias que han logrado, no sin gran esfuerzo, asociar una idea de cine industrial manufacturado en Hollywood con una vocación de sofisticado designio intelectual e independiente. A lo largo de sus siete películas ha perseguido una difícil meta con la que aportar juegos psicológicos transformados con una alteración de la percepción poblada de antihéroes en constante búsqueda de respuestas sobre la identidad. ‘Origen’ sería el pináculo de toda esa obcecación sobre la percepción de un catálogo de contextos delimitados a interpretar el extraño comportamiento de la psique humana y su desarrollo evolutivo imprevisible y aparente.
La subjetividad sigue siendo el motor con el que la percepción de la realidad se puede definir dentro su cine. Elementos como la memoria (Memento), la ambigüedad (Insomnio), la ilusión (The Prestige) y la identidad (su binomio de Batman -Batman Begins y El Caballero Oscuro-) encuentran su extensión en el raíz donde se reescriben las leyes del tiempo y el espacio. Y a la vez, sirven para estructurar una realidad virtual, la cuál no es más que la continuación de las obsesiones del autor. En esta nueva dimensión, el autor es capaz de aunar espectáculo con el truco imposible de un rompecabezas complejo que inquiere a la problematización de lo real. Su último y exitoso filme engloba y propaga esa fascinación por la construcción de una trama que multiplique sus detalles y recovecos en una esfera de cohesión psicológica que provoque la astucia del espectador, sin traicionar los edictos del cine comercial de espectáculo pirotécnico y cuyas ínfulas compositivas de un ‘thriller’ artístico son posibles.
‘Origen’ se mete en los terrenos de los sueños, en una fantasía que reta a los personajes a enfrentarse con la realidad dentro de un recinto onírico, de manipulación y traumas que, bajo el espíritu no confeso del ‘cyberpunk’, alude etéreamente de de los parajes ficticios creados por gente como Gardner Dozois, William Gibson, Bruce Sterling o John Shirley y alejarse de la distopía post-industrial para seguir un marco de referencias más cercanas a las hipótesis de vida psíquica inconsciente con el hálito de Borges, Casares o Christopher Priest, autor de ‘The Prestige’, del cual sigue esa ilusión de falsificar la disposición tradicional del relato para reconstruirlo y acomodarlo a sus exigencias y propósitos.
¿Vivimos dentro de un sueño? Parece preguntarse esta ostentosa fantasía en la cual el propio Nolan actúa como alquimista a la hora de introducir múltiples niveles de manipulación ante los ojos del alucinado espectador. ‘Origen’ elabora un enigma sobre los sueños que se tienen dentro de los propios sueños a través de un grupo de ‘hackers’ encabezados por Dom Cobb (un Leonardo DiCaprio en estado de gracia) que se ganan la vida robando secretos de la mente ajena. Una ficción onírica que es posible gracias una tecnología de la que cualquier explicación no es necesaria para centrarse en el meollo del asunto. Un poderoso hombre de negocios recurre a este equipo ilegal para entrar en el subconsciente del heredero de un gran empresario para poder implantarle una idea que haga fracasar el imperio de su progenitor.
‘Origen’ se adentra en la abstracción de imágenes simbologías y recurrentes, en una interesante disyuntiva que cuestiona la percepción del proceso cognitivo que transforma la realidad en posibles ilusiones. Cobb es un ladrón de inconscientes tan enigmático y ambiguo como los mundos por los que se mueve, escenarios que encuadran ya no sólo un espacio geográfico en el que se sucede gran parte de la acción y sus niveles oníricos, sino que implica cuestiones que van más allá de los sueños comunes o colectivos en los que se sumergen los personajes.
Desde su prólogo, la película va corporeizando varias teorías, aludiendo en su inicio a la sabiduría Tolteca, entendiendo el mundo como un ente virtual para explicar que estos ladrones de secretos penetran en la mente en un momento de transición entre el estado consciente y el subconsciente, que será el camino trazado por Nolan para poder traspasar los distintos niveles de los sueños en los que la realidad se irá distorsionando. Así avanza una trama que asume sus referencias temáticas para evocar nuevas ideas; desde esos maletines que contienen en su interior el mecanismo de conexión a los sueños y que suscita la memoria de los ‘ambicordones’, aquéllas trencillas umbilicales que alimentan de entelequias a los protagonistas de ‘eXistenz’, hasta las transformaciones metafísicas de realidad/ficción y alusiones estéticas y oníricas de ‘Matrix’ ‘Dark City’, ‘Desafío Total’, ‘La Celda’ o el filme de animación ‘Paprika’, como los ecos nostálgicos de enigmas psicológicos que aluden directamente a Tarkovski, Resnais, Kubrick, Hitchcok o Welles.
Es cuando la finalidad se abre a la indeterminación que combina indistintamente sueño y realidad, proyecciones mentales y materia diluida en la duda de la sustitución. Lo que vendría a ser el correlato de simulación y esa eterna duda sobre la que planea el filme acerca de la veracidad del mundo en el que se desarrollan sus protagonistas, donde el mecanismo de inserción/salida entra dentro de la ‘metarrealidad’.
Llegado a un momento, las tramas y subtramas del guión se diseccionan en la composición de sus diversos sueños, que se dividen en capas o niveles, siguiendo un esquema parecido al de los ‘heist films’, pero en un sentido inverso al robo, ya que el objetivo es implantar una idea dentro de origen, el tercer nivel de los “sueños dentro un mismo sueño”. Sería una tentativa de atraco metafísico, que resuelve la coyuntura de caracterización de los distintos personajes inmersos en un juego de corporaciones, sueños e interrogantes. No se puede decir que Nolan sea incapaz de capturar esa sutil sugerencia al espectador con una complejidad que hace confundirle y cuestionarse los límites entre la realidad y los sueños, ya que sabe dispersar preguntas y respuestas, creando una atmósfera de entornos indiscernibles y enigmáticos donde la partición irregular del espacio es capaz de establecer escenarios que escapan a la percepción de la gravedad cuántica.
Por eso, introduce dispositivos identificables de la ciencia-ficción, como proyecciones y transferencias, engaños y apariencias, como esa Escalera de Penrose visualizada por Escher a la que aluden un par de veces. Las reglas se rigen por una articulación de niveles que bajo su apabullante empaque de complejidad y dobleces se esconden algunos tópicos de la psicoanalítica lacaniana de Baudrillard, en su estructura en torno a la dimensión de la hiperrealidad o del simulacro que tanto va y viene dentro del entramado. Los sueños se perfilarían como un horizonte de trascendencia identificable a la inmanencia de la corporalidad que viaja por territorios oníricos, a la alucinación consensual experimentada por los protagonistas.
‘Origen’ revela hasta cinco dimensiones y niveles narrativos para las esferas donde transcurre la misión, con todos estos puntos destinados a uno sólo que detiene dos de ellos (el de la persecución automovilística y caída al mar con la huída de un rascacielos) hasta conflagrar en el tercer acto, donde se produce el ataque a una fortaleza situada entre unas montañas que confluye en un cúmulo de decisiones y movimientos indispensables para que la mecánica una un mismo tiempo narrativo.
Sin embargo, tanta oscilación y cúmulo de sensaciones derivan en una profundización dentro de su personaje principal, ese hombre que busca la redención por la traumática pérdida de Mal (Marion Cotilliard), su mujer, a la que ve constantemente en las misiones, intentando que fracasen y que vuelva a ella como le prometió. Cobb es víctima de sus propios fantasmas, avivados por esa reconstrucción de sus recuerdos, a los que acude constantemente para no perder la memoria, haciendo de los sueños un mapa a modo de ascensor que representa la aparente realidad de estos, la simulación perceptiva que tiene de su culpa, en definitiva, de su profunda crisis de lo real. Por supuesto, Nolan quiere transgredir los conceptos sobre esa percepción de la realidad que tienen los personajes. Obviamente, persigue provocar una constante duda infectada en el espectador, como esas “ideas” que contagian los sueños al reactivar la realidad, para que el espectador se cuestione sobre si todo lo que desfila en pantalla no es más que una proyección de Cobb como catarsis a su culpa, para llegar a ese nivel imposible en el que desprenderse del trauma por el suicidio de su mujer. Se urde una compleja trama en la que todos los personajes de la película serían una proyección del mismo Cobb, con una misión esgrimida a modo de subterfugio para liberar su culpa y volver a otro sueño para poder volver a estar con sus hijos, los cuales tampoco se sabe muy bien si son producto de ese “limbo” construido a través de los años o son reales.
También, incluso, abordando otro giro a más fluctuaciones oníricas, el envejecimiento de ambos dentro de un sueño creado por él en el final de su senectud para no perder su vida junto a la persona que ama o que esa pequeña peonza definida como “tótem” intransferible sea el secreto de Mal, es otro elemento que abre la vía de la relatividad subjetiva con la que está narrada la historia a través de los ojos/mente del personaje de un DiCaprio. Nolan ha urdido un puzzle que haga dudar al público, tratándole con inteligencia y complicidad en el cúmulo de información a lo largo de la película. Por eso, no es casualidad que utilice referencias y nombres de mitos populares como el de Ariadna (Ellen Page), para sutilizar la misma idea; ella es la que crea el laberinto para poder acceder al nivel en el que Cobb/Teseo ha quedado encerrado al intentar vivir una “realidad perfecta” junto a su mujer. Es ella la que consigue trazar el camino y lanzar la madeja para que Cobb pueda salir de su particular infierno.
El juego es simple: traspasar los diferentes niveles de los sueños para hacer que la realidad se vaya distorsionando a la voluntad del narrador, que es el propio Nolan así como el personaje de DiCaprio. Todos esos “saltos de fe” reiterados en las evidencias de Mal para condenar a Cobb a abrir los ojos a la realidad con su suicidio, el “limbo” del origen que conlleva a asumir una realidad ilusoria (o no), el cuestionamiento de esta fase apareciendo de la nada en busca de Saito (Ken Watanabe), siguiendo cierto analogismo a las promesas que Cobb le ha hecho a su difunta mujer de regresar a por él. Ese espacio de nadie, el “limbo”, simboliza que cuanto más profunda es la fractura con la realidad y más tortuosos son los sueños, más poderosa será la catarsis. En cualquier caso, también se juega a que ambos, tanto Cobb como Mal, hayan llegado a un estrato en el que se ven envueltos dentro de una vida desprovista de realidad onírica para volver a otra realidad carente de sentido y que, paradójicamente, les ha dado al mismo tiempo la libertad y la condena en una misma esfera de obsesión. A Nolan no le interesa concretar si el Origen es autoinducido o no, sino la conclusión de las intenciones y el ‘happy end’ de Cobb en un corte brusco del plano final deja al espectador cuestionándose todas estas cosas.
‘Origen’, a pesar de presentarse como ambicioso acertijo, peca de una simplificación de otros elementos más importantes que lastra el valor de gran obra maestra a la que aspira el filme. En su demostración de reestructura de la ciencia-ficción moderna que bebe y se distancia a la vez de tradiciones del lenguaje cinematográfico y de su propia perspectiva del cine, lo que algunos se han apresurado a definir como una renovación del género, irrumpiendo como un antes y un después, tiende a uno de los errores más visibles del cine contemporáneo. Nolan sigue caracterizándole una sobreexplicación de los pasos del guión, enfatizando en ciertos instantes puntuales que se ejecutan de forma un tanto forzada para subrayar su importancia dentro del relato. La dialéctica como verificación lógica de los razonamientos que se exponen en la película escapa al sentido natural del mundo de los sueños. Se confiere un status de racionalidad a ese mundo onírico, cuando es todo lo contrario, es decir, un caos de referencias perturbadoras aglutinadas en un laberinto de miedos, deseos y anhelos.
La intencionalidad del cineasta sigue su curso en una reflexión expositiva y redundante, determinada por la voluntad de su creador, como la prosopopeya enumerativa que acaba por ser exhaustiva en la explicación de la profesión metafísica de los protagonistas, así como ese subfondo de espionaje industrial que acaba por convertirse en un descomunal ‘mcguffin’ o una excusa de gran intrascendencia que va devorando la jerarquía de sus elementos. ‘Origen’ tiene gran parte de su desacierto en el simplismo con el que, por ejemplo, se despliega la trama de robo el equipo, con ese imaginario psicoanalítico de buscar y matar al padre por parte de Fisher Jr. (Cilliam Murphy) o en algunas secuencias de acción como ese innecesario émulo de juego de plataformas en plan ‘shooter gameplay’, que desvirtúa la sensatez de la acción previa en su capricho por homenajear a películas como ‘Al servicio de su majestad’ o ‘Los héroes del Telemark’. Otro de los lastres que suele mermar todas las fantasías de Nolan es la predisposición a la gravedad con la asume su intencionalidad, más allá de referencias cinéfilas y culturales, tomándose demasiado en serio a sí mismo y a todo el engranaje que le rodea.
Además, ‘Origen’ posee un hipnotismo de sensibilidad estética mucho más poética y literaria que emocional. Tanto es así, que la acentuación pseudointelectual acaba por banalizar lo que son sus mejores aciertos, desperdiciados por la abrumante frialdad y carencia de sentimentalismo que impregna sus tramos más dramáticos. Parece como si se estuviera más pendiente de estimular el interés especulativo del espectador mucho antes que fomentar la empatía o la emoción dentro del conjunto. Es en ese punto concreto de superficialidad donde se viene abajo toda la intención sensitiva y repercusión dentro de la historia. De este modo, tiene que recurrir en infinidad de ocasiones a los subrayados de la excelente partitura de Hans Zimmer, que está al servicio de un clímax permanente en continua metamorfosis hacia la avenencia de una lenidad que deja a un lado los márgenes de lo oscuro, anteponiendo la retórica ascendente a lo sensorial, salvado por la constante presencia del ‘Non, je ne regrette rien’, de Edith Piaf, que versa sobre temas como olvidar el pasado y enterrar los recuerdos.
Por el contrario, Christopher Nolan sigue desplegando un dominio total de las líneas narrativas, experimentando con deslumbrantes hallazgos visuales puestos siempre al servicio de la historia, dejando que la amplitud conceptual y artística se nutra de metáforas visuales e interconexiones de niveles yuxtapuestos. Sus armas no dejan lugar a dudas. La dimensión creativa para crear un tipo de tensión basada en el detallismo atmosférico, en el vestuario y los elementos visuales se amoldan a un ritmo frenético, que no descuida la importancia de la complejidad, la intención de moverse por un universo constituido por varias capas de lectura en un contexto metalingüístico con formato laberíntico. Nolan sabe jugar a la perfección a encadenar sus mecanismos como subconsciente del ilusionismo aplicado al cine, como hacía el personaje de Christian Bale, Alfred Borden, en ‘The Prestige’. ‘Origen’ continúa la mecánica del ‘thriller’ de Nolan, lleno de montajes y artificios varios que distraigan la atención del espectador sobre supuestos laberintos con sueños dentro de sueños. Es lo más parecido a mirar una obra de Oscar Reutersvard.
Con todo, el último filme de Nolan es una de las películas más ambiciosas que ha lanzado Hollywood en muchos años. También la más valiente, aparatosa y compleja de la filmografía de su director. La ingeniería manipuladora cambia la acción y logra que con cada golpe de efecto que exponga una idea discursiva sobre el dolor, la adicción y la realidad. ‘Origen’ es, con todas las de la ley y merecimiento propio, una de las mejores películas del año, tan abrumante como atractiva, que rebosa calidad, divertimento y reflexión. Para colmo, se esfuerza en hacer comprender toda la dimensión de un discurso que no acaba con el final de la película. Eso sí, lo de que este filme supone un punto de inflexión revolucionario en los parámetros cinematográficos del S. XXI es otro cantar, por mucho que sea la mejor película de un autor que ya es un referente en el nuevo cine actual.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010