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La nueva (in)comunicación de masas
David Fincher borda su película más dialéctica, que convierte en un filme casi de acción. Subido a los altares fílmicos como cronista de la sociedad moderna, el director de ‘El club de la lucha’, en conjunción con un prodigioso guión de Aaron Sorkin, desmantela el populismo de Facebook, que es señalado como un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas.
La primera secuencia deja muy clara la personalidad distintiva del Mark Zuckerberg de ‘La Red Social’, ese chaval que pasó de ser un anónimo fuera de serie de la programación a convertirse en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Se trata de una ruptura de pareja tan contundente como brillante. El verbo precipitado, el doble sentido de las preguntas y respuestas, la actitud críptica y segura, casi arrogante, se sostiene en un diálogo fundamentado en la dificultad que existe de destacar entre una multitud de gente superdotada, de los que se enfrentan a esa peculiar institución de Harvard, conocida como ‘final clubs’, sociedades de élite exclusivas en las que se distingue no tanto el talento como la apariencia física y los dotes sociales. Su interlocutora, una estudiante llamada Erica Albright, deja de seguirle la corriente cuando, aludiendo a su intelecto y habilidades como programador, le promete que podrá ver de cerca la estructura social de Harvard. Un hecho, a su parecer, imposible para una chica como ella.
La respuesta es categórica y, de paso, la mayor verdad irrefutable que presenta al antihéroe del filme: “Tendrás éxito y serás rico. Pero llegará un momento en que pensarás que a las chicas no le gustas porque eres un friki. Y quiero que sepas, desde el fondo de mi corazón, que eso no será cierto. Será porque eres un gilipollas”, le asevera la chica. Con este dibujo tan descriptivo, David Fincher y su guionista Aaron Sorkin definen un mundo de ambiciones, talento y pugna por la encarnizada sociabilidad de alto ‘standing’. ‘La Red Social’ arranca con una multitudinaria macrofiesta de una fraternidad universitaria en la que un autobús lleno de chicas invitadas, rodeadas de fuertes medidas de seguridad para la entrada al evento, marca el proceso de gloria social dentro de este tipo de Campus. Mientras que los más privilegiados beben alcohol y se contonean al ritmo de la música dance con voluptuosas señoritas, otro tipo de universitarios, los ‘geeks’, esa tipología de ‘freaks’ fascinados por la tecnología, se reúnen en sus habitaciones para crear programas y departir sobre informática, ordenadores y nuevos adelantos con una cerveza en la mano.
La historia no se ahorra el hecho de escupir como real esa leyenda urbana en la que Zuckerberg inventó los prolegómenos de Facebook borracho y despechado, insultando vía blog a su ex novia, aludiendo a su relleno de sujetador y creando en un par de horas FaceMash, una web cuya programación permitía comparar y clasificar a las estudiantes residentes de Harvard mediante sus excelencias sobre una base de fotos ‘hackeadas’ de los directorios de los propios estudiantes. Una broma viral logró derribar el servidor de una universidad como Harvard y, en pocos minutos, ser conocida y generalizada por muchos de sus alumnos, llegando incluso a aquéllos que bebían y bailaban en esas fiestas exclusivas. La anticipatoria teoría de Zukcerberg se había cumplido. De un modo u otro, estaba dentro de esos privilegiados círculos. El origen de Facebook, por tanto, se configura sobre el espíritu vengativo de un joven que quería impresionar a una chica y mejorar su estatus dentro del colectivo estudiantil. Al igual y con mejor fortuna que ‘Piratas de Silicon Valley’, el docudrama no autorizado escrito y dirigido por Martyn Burke, que describía la tortuosa y antagónica relación entre Apple y Microsoft, ‘La Red Social’ no responde tanto a un relato fundacional de Facebook y su conversión en el elemento social archiconocido como al análisis pormenorizado de ese microcosmos aparentemente hermético surgido en las habitaciones de la Universidad de Harvard. De este modo, lo que trasciende es el germen de amistad y colaboración que gestó este nuevo modelo de comunicación 2.0 para trascender al mundo como una comunidad global y que, al contrario del progresivo crecimiento de la red social, se resquebrajó cuanto más avanzaba el tifón económico y de intereses que desató.
‘La Red Social’ se centra en cómo Zuckerberg creó TheFacebook.com con el respaldo financiero de su amigo, Eduardo Saverin y el apoyo de Chris Hughes y Dustin Moskovitz, sus compañeros de habitación. Tampoco escatima en detalles sobre el supuesto latrocinio de la propiedad intelectual al que aluden los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss que, junto a otro estudiante llamado Divya Narendra, aseguraron haber contactado con Zuckerberg con la intención de llevar a cabo una idea propia consistente en crear una red social para poner en contacto a compañeros y antiguos alumnos de Havard. Lo que comienza como un pequeño negocio entre amigos rápidamente se inclina hacia una incómoda situación de mordacidad y litigios en los que miles de millones de dólares entran en un juego de traiciones, donde el ego, la avaricia y la licenciosa naturaleza del ser humano juegan un papel importante para el devenir de los acontecimientos.
Fincher y Sorkin, cómplices perfectos
El nuevo filme de Fincher encuentra el núcleo de su grandeza en un portentoso guión de Aaron Sorkin basado en el libro ‘The Accidental Billionaires’, de Ben Mezrich, configurado una tragedia griega inmersa en la juventud, con elementos dramáticos que valora los negocios ‘on-line’, la nueva economía donde una idea brillante con poco capital y la infraestructura necesaria es el factor clave del éxito. También de cómo en todo éxito corporativo, los desafíos internos y la lucha por la parte del pastel enfrenta a sus jóvenes protagonistas a un mundo de abogados y querellas, demoliendo su inocencia y su amistad ante la ambición y el talento de los elegidos. Fincher hilvana su película más dialéctica, que se convierte en un filme casi de acción, determinada en los diálogos y movimientos verbales de sus protagonistas, nunca por el apresuramiento de la convulsión física. Esto va de gente sentada, hablando, atacándose y defendiéndose, refiriendo testimonios ante el tribunal de los Zuckerberg, Saverin y los hermanos Winklevoss, haciendo de su estructura de los hechos una sucesión de diversos puntos de vista.
Sin embargo, ‘La Red Social’ no es una película judicial, ya que Sorkin estimula al espectador desde el reposo elocuente como esencia dentro de las audiencias preliminares de las demandas contra Zuckerberg. Un espacio de conflicto donde se aprecia la soledad del personaje, donde la falta de amistad y afectos son evidentes, rodeado de juristas y letrados defendiendo su imperio. El creador de Facebook, paradójicamente, es un inadaptado con un invento de contacto que utilizan millones de personas. Tanto Fincher como Sorkin sabe dotar de texturas las frases para que la procacidad y el sarcasmo tengan el protagonismo necesario dentro del entramando dialogístico y se confabulen para hacer prevalecer la accesibilidad para que el espectador se acerque a los entresijos del drama, sin que el hecho de que Internet, las nuevas tecnologías y su lenguaje sean ningún impedimento en relación con la enésima representación del búsqueda del sueño americano.
David Fincher se rebela de nuevo como minucioso cronista de la sociedad moderna, desgranando sus vicios y defectos, donde el populismo de Facebook no acaba siendo más que un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas. A través de Zuckerberg, se refleja el estado de aislamiento e hipnotismo que dictan las nuevas tecnologías, que olvidan la intercomunicación, entendiendo este éxodo y servilismo de la sociedad hacia una esfera virtual cuyas consecuencias son imprevisibles. El entramado y rivalidades, la posición de un avispado Zuckerberg ante los poderosos y atractivos caballeros de Harvard que siguen un código ético como representan los Winklevoss incorporan los polos opuestos del desafío por la paternidad de Facebook. Además, varios factores son los que hacen que el desarrollo progresivo de la película resulte fascinante y ambiguo; desde la glamorosa irrupción de Sean Parker, polémico fundador de Napster, figura mefistofélica que se presenta como inspirador y preceptor de Zuckeberg para la consecución de la multimillonaria empresa, hasta la traición de Saverin al que dejan abandonado en la cuneta cuando Facebook corporativiza su escandaloso éxito, pasando por los enfrentamientos jurídicos que pasan a ser un perverso juego de moralidades.
Lo más destacado, sin duda alguna, es la conjunta habilidad de Fincher y Sorkin para no valorar las personalidades de sus personajes, sin conceptuar sus acciones, ni juzgarlos en sus respectivos retratos. En ‘La Red Social’ no hay lugar para la demagogia ni maniqueísmos que establezcan una división entre buenos y malos en un conflicto judicial que separa lo que un algoritmo matemático unió en un proyecto mastodóntico. De hecho, no existe un fondo descriptivo de la personalidad del joven Zuckerberg, ni de su procedencia ni afectividades. Fincher se centra en narrar un acontecimiento y sus consecuencias y efectos dentro del círculo que afecta a ese descubrimiento, del momento justo que desencadena la mayor red social del mundo. Que el espectador pueda percibir a Zuckerberg como un ser mezquino, inadaptado, arrogante y condescendiente responde al hecho de la objetividad con la que se plasman sus incuestionables razonamientos al increpar, por ejemplo, a quienes le acusan de plagio por no haber puesto en marcha Facebook si, como ellos dicen, tuvieron la idea originaria. Tampoco de su originalidad, ya que por entonces ya existía MySpace o Friendster.
Interesa la inmediación de lo que acontece, que está tan próxima al instante en que se cuenta que el doble ‘flashback’ que parece tener lugar en el desarrollo vigente de la historia, con un margen de los sucesos e imputaciones muy cercano, casi instantáneo, a lo que refleja como pasado. ‘La Red Social’ diserta, en cierto modo, sobre el devenir de la historia reciente como un instante fugaz, efímero, como lo que será esta novedad que idiotiza y está de moda, como lo fue en su día Messenger y Myspace o lo es Tuenti y Twitter.
Fincher vuelve a erigirse como el gran maestro de la narración cinematográfica de su generación, captando con maestría cada plano, cada movimiento, con una precisión creativa y técnica abrumante, dotado de una coherencia y disciplina envidiables. ‘La Red Social’ sigue su itinerario metódico dentro del abisal subconsciente de la sociedad norteamericana con la sensatez de un cineasta cuyo posmodernismo no elude su responsabilidad con la historia que cuenta, desentrañando las fórmulas del lenguaje cinematográfico. Podría entenderse como un contrasentido el hecho de que Fincher haya huido de retratar ese submundo de ceros y unos, del universo de informática y ordenadores, desde la distancia, en la que la tecnología y avances queden anulados desde una perspectiva humana antes que virtual. Por eso, Facebook es un elemento central invisible que convoca la atención de todos y cada uno de los personajes involucrados, pero que apenas tiene protagonismo en pantalla.
Fincher buscada la frialdad clasicista de una realización fragmentada y palpitante, con idas y vueltas en el tiempo que apenas se perciben, alejándose de su exhibición estilística o de cualquier pretexto para la innovación con recursos expresivos ni dispositivos que distraigan la atención del filme. Únicamente deja aflorar ese director transformador con utilización de la técnica fotográfica ‘Tilt-Shift’ como aplastante metáfora visual de la competitividad de esos hermanos Winklevoss empequeñecidos que pierden no sólo la importante carrera de remo a la que se enfrentan, sino la partida final sobre la paternidad de Facebook. Fincher sigue sublimando lo conceptual y lo moral a través de las imágenes, de su metodología narrativa, donde lo diegético y lo metatextual, junto a ciertas intenciones ambiguas, están al servicio de la historia que se cuenta y no al contrario. Por eso, puede sorprender la neutralidad sobria con la que Fincher filma ‘La Red Social’ que, en el fondo, esconde una recurrente apariencia crítica.
Heredera de la Nueva Era de la Comunicación
Cine discursivo que se deja llevar por la cadencia y el dinamismo que responde al texto emocional que impone Sorkin a través del cromatismo elegante de Jeff Cronenweth y la espectacular eficiencia de esa hipnótica partitura trazada por Trent Reznor y Atticus Ross. Pero, sobre todo, a la excelencia de unos actores jóvenes que ofrecen algunos de los mejores momentos interpretativos del año; desde ese cada vez más familiar Jesse Eisenberg, capaz de hacer entrañable a Zuckerberg tanto en los instantes sarcásticos como en su constante fragilidad desorientada, como el aura canalla y seductora de unJustin Timberlake que le da a su papel el necesario brillo de estrella multimedia, como esos hermanos Winklevoss a los que da doble vida Armie Hammer, así como los secundarios que rodean la acción; Rooney Mara, Max Minghella, Rashida Jones, David Selby… Pero si hay que destacar a la auténtica alma actoral, la gran revelación interpretativa, ése es Andrew Garfield (antes de ser Peter Parker en el nuevo ‘Spiderman’), capaz de envolver a su personaje de matices y tal hondura que no destacar su gran composición sería imperdonable.
Por último, podría apuntarse a ‘La Red Social’ como una crónica oportunista de un fenómeno pasajero. Algo que es lógico si pensamos en la idea de Facebook como un imperativo inevitable, un axioma cultural de nuestros días. Se trata más que nunca de una película hija y heredera de un tiempo concreto, el que vivimos en estos instantes, que pertenece al momento en que se leen estas líneas. La red de amigos virtuales ofrece una visión desesperada de esta colectividad sumergida en la tecnología y las relaciones sociales, donde la victoria y la celebridad están más cerca del naufragio personal que de la superación.
Facebook, al fin y al cabo, no deja de ser mostrado como un invento de aceptación social que reúne a más de quinientos millones de personas. Mientras, Zuckerberg, en la conclusión del filme, acaba sólo, esperando que esa antigua novia que ha sido la única capaz de decirle la verdad a la cara le acepte, mostrando de un modo demoledor la alienación y consecuencias de su gallina de los huevos de oro. Facebook emerge así como una simulación falaz en la que la comunicación es una excusa que aleja aún más al usuario de una realidad que no cambia por mucho que se le dé a la tecla de refresco del ordenador. No existe una representación categórica e idealista de la grandeza de la Comunicación 2.0, sino todo lo contrario. Es esa dualidad moral, el pulimento falible y vulnerable de sus creadores, lo que hace tan seductora y patéticamente palpitante la intrahistoria de Mark Zuckerberg y sus acólitos.
‘La Red Social’ es, ante toda abstracción trascendente, una profunda reflexión sobre la amistad y sus condicionantes cuando hay poderosos intereses de por medio, cuando la deslealtad y la traición se anteponen a los sentimientos y las necesidades en un mundo actual donde se cuestiona el significado real de la palabra “amigo” y su acepción en la nueva era de la Información (o mejor dicho, de la sobreinformación). Todo ello conlleva varias incógnitas de fondo; sobre la inutilidad de un mecanismo que fomenta los aspectos prosaicos del ser humano metido en una espiral de popularidad y narcisismo, sobre la cultura de la adhesión que excluye muchas veces la interacción. Una idea que escarba sin concesiones en la soledad y la estúpida necesidad de hacer pública una vida desprovista de privacidad.
De lo que, en el fondo, tanto Fincher como Sorkin están alertando con esta paradoja trágica del poderoso invento de conectividad a cargo de ‘geeks’ solitarios y necesitados de afecto, es sobre los peligros de ese empeño del hombre moderno por encontrar vías que reemplacen las carencias dentro de un entorno social que está negando, de un modo u otro, la realidad. En la era de Internet, no se puede permitir lo que le sucede a ese genio desorientado y multimillario con millones de amigos pero que, sin embargo, la realidad ha dejado de ser tangible por todos los acontecimientos que han provocado la explosión de su arma de amistad y sociabilidad.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010