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El 7 de marzo de 1999 un repentino ataque al corazón acababa con la vida de Stanley Kubrick. Solo hacía tres días que había presentado su última película al estudio, después de tres años de prolongado rodaje, y su muerte causó sorpresa y consternación. Desaparecía así una de las personalidades más complejas, enigmáticas y contradictorias que ha dado la historia del cine. Kubrick fue tildado de misántropo, meticuloso y perfeccionista hasta la exasperación, de dictador y manipulador, pero también fue definido como un hombre tímido, sensible, educado y afable. Fue valiente en la asunción de riesgos artísticos y un pionero en el desarrollo de la técnica cinematográfica, pero un neurótico lleno de fobias y manías en su vida privada.
Consiguió que los estudios le concedieran una libertad creativa que no se veía en la industria del cine desde que Orson Welles rodó Ciudadano Kane. Tras alcanzar su cima artística con 2001: Una Odisea del Espacio, se retiró definitivamente con su familia a Inglaterra. Desde su refugio, alejado de la influencia de Hollywood, se dedicó a la preparación minuciosa de sus complejos proyectos cinematográficos y a la realización de sus películas, sobre las que ejerció un control total: desde la producción hasta el montaje, la distribución, la publicidad e incluso los doblajes para los diferentes países en que se estrenaron. Algunos proyectos como Napoleon y The Aryan Papers nunca se llevaron a término. De uno de sus proyectos más queridos, A.I. (Artificial Intelligence), se haría cargo tres años después de su muerte su amigo Steven Spielberg.
A pesar de que sólo fue capaz de completar 13 películas en 46 años, Kubrick fue un director fundamental en el desarrollo del arte cinematográfico de la segunda mitad del siglo pasado y uno de los realizadores contemporáneos que mejor supieron reflejar en la pantalla los mitos y las obsesiones de nuestra época. Todas sus obras se alejan de fórmulas preestablecidas y presentan una gran variedad temática y genérica, aunque hacen gala de un estilo inconfundible. Todos sus estrenos, cada vez más espaciados en el tiempo, suponían un acontecimiento cinematográfico que atraía a un público numeroso, dividía a la crítica y causaba la admiración y la envidia de sus colegas de profesión.
Esta guía abarca el trabajo de Stanley Kubrick como director de largometrajes, obviando sus tres cortos Day of the Fight (1950), Flying Padre (1951) y Seafarers (1953), inéditos todos ellos en formato doméstico.
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