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El Truco Final (The Prestige)

Ambivalencia, venganza e ilusionismo
Christopher Nolan adapta la novela de Chritopher Priest ofreciendo un ‘tour de force’ de venganza, ambición e ilusionismo en un filme muy sobresaliente.


En sus primeras palabras en ‘off’, Cutter, el personaje que interpreta Michael Caine, alecciona sobre los claves de cualquier espectáculo de magia a Jess, una niña que, a la postre, será un personaje silencioso y cardinal dentro de la historia; primero, con la ‘promesa’, como la normalización de la alquimia, mostrar la magia como algo cotidiano. Segundo, ‘el giro’, una alteración imposible de lo ordinario en algo sorprendente y asombroso, como la esencia misma del filme del brillante Christopher Nolan. Por último, como desenlace de la función, llega la parte más importante del truco, ‘el prestigio’, la alucinación que aporta el hipnotismo y la emoción del público, el acto final que arranca el aplauso y deja con la boca abierta.

Por supuesto, esta compilación utilizada como definición de la magia puede situarse como una analogía universal del proceso de la escritura aristotélica, de la narrativa clásica, fraccionada en un ‘know-how’ de sobra conocido (planteamiento, nudo y desenlace). Así, como en la literatura y en el cine, la metodología de la magia no difiere mucho de los propósitos de estos dos artes. No obstante, el ejercicio estructural de Nolan se segmenta y encadena sus mecanismos como subconsciente del ilusionismo aplicado al cine. Al igual que en la restante obra del cineasta, aquí Nolan lleva la experimentación de tiempos, elipsis y puntos de giros al extremo, donde no falta esa magnífica armonía de retroacción y progresión, de cambios de disposiciones, de acción llena de perturbadora inventiva donde la alteración se vuelve primordial.



Por esta razón, El Truco Final (The Prestige) no pierde esa particular sensación oscilante del cine del director, donde el desequilibrio, el juego de tiempos, de voces en ‘off’, de cambios de rumbo narrativo, aportan, paradójicamente, el beneficio de un contrapeso que hace que sus filmes funcionen como juegos de espejos, de dobles identidades, aquí simbolizado en las dos caras de una misma moneda.
Respecto a la novela de Christopher Priest, Christopher y Jonathan Nolan han procedido fielmente en una impecable adaptación de ingeniosa rigurosidad, simplificando la historia del libro, sustrayendo aquello verdaderamente importante para el duplo consanguíneo firmantes del guión: la fábula de obsesión y envidias de dos magos cuyas venganzas no tienen sentido si no es por su sempiterna pugna por mejorar sus respectivos ‘prestigios’. Dos magos antagonistas que desencadenan una vehemente rivalidad que induce al deseo insaciable por desenmascarar los secretos del otro, enfrentando ciencia, clasicismo, amistad, ambición y venganza en un laberinto de oscuras y peligrosas pretensiones.
 


En este sentido, la película, en sí, es un gran truco de sabio prestidigitador, que maneja sus elementos como efectos de alquimia a muchos niveles, en los que la variabilidad de los tiempos y la modificación a la que somete su narración responde, en cierta medida, a un enigmático y misterioso juego, siguiendo los pasos de sus personajes, para concluir su camino en un final (un ‘prestigio’) que se asemeja a los trucos de los personajes Angier y Borden.
De esta manera, la intriga dramática de ‘El Truco Final' se sostiene sobre una virtuosa capacidad metafórica para la poética fantacientífica, sin enfatizar en sus elementos futuristas (anticipativos en la actualidad –la clonación y sus riesgos-), que dan como consecuencia un auténtico espectáculo de ilusionismo ambientado con gran habilidad en la Inglaterra de finales del siglo XIX, una época en la que la ciencia empezaba a aniquilar la credulidad del espectador, haciendo del ilusionista el último resquicio y propósito para la magia. Una época donde el cine estaba a punto de convertirse en el gran truco final del ilusionismo y en la que inventores como Nikola Tesla y Thomas Edison también se disputaban bajo la envidia y la rivalidad un hueco destacado en la Historia.
 


‘The prestige’
posee una fascinación especial, de intrincado y elaborado engranaje medular, sustentado en la importancia que sugiere la reiteración de sus claves en su análisis sobre los misterios de la moral humana, que emplea con igual suerte una interesante disertación sobre la ambivalencia humana, la dualidad de dos caracteres contrastados, diferenciados por la clase social a la que pertenecen y por aquello a lo que aspiran, pero asemejados en objetivos y metas profesionales. Pero, a medida que avanza la acción, se comprueba la diferencia que les separa.
Mientras uno ansía la revelación de los trucos de su oponente para ser el mejor mago (memorables los sofisticados ‘gadgets’ de Angier contra la desmedida inventiva y afán de superación de Borden) que le lleva a jugar a ser Dios y tropezando con un cruel destino que le hace fenecer en cada función, el otro terminará luchando por un único objetivo, la pequeña Jess, dejando bajo la manga su ‘as’ escondido, el secreto que un mago jamás puede ni debe revelar y que dará como resultado ese final sorpresivo que es producto de un cálculo medido.

 


Sin embargo, ‘The Prestige’, a pesar de temporizar todos sus elementos en función de ese inesperado desenlace, funciona como obra escapista donde juega un papel fundamental la omnisciencia de la mano ilusionista del realizador, que descubre su ‘verdad’ final en innumerables ocasiones durante la función, con un proceso intangible y oculto. Todo está a la vista. No hay engaños sin anticipación, porque la verdad es manifestada a lo largo del metraje en varias ocasiones. Incógnitas llenas de respuestas que el filme de Nolan instiga en el espectador una vez acabado el filme. Surtido de matices y sinecuras narrativas, ‘El Truco Final' es un filme, en ese aspecto, equivalente (salvando las distancias) a ‘La huella’ de Joseph L. Mankiewicz.
Una película capaz de anular la soberana importancia de unos personajes femeninos (los de Scarlett Johansson, Rebecca Hall y Piper Perabo) que pueden parecer imperceptivos pero que, dentro del relato, tienen una importancia vital para desvelar incógnitas y desenmascarar la entidad y secretos de ese truco final, apoyándose en una narración en primera persona falsificada, la de esos dos personajes que relatan subjetivamente su historia a través de un duelo interpretativo entre unos magníficos Hugh Jackman y Cristian Bale, dominados por una desnivelada rivalidad, donde los secretos mágicos, la ciencia y, sobre todo, el artificio, permiten a Nolan convertir su película en un gran truco, un gran ‘prestigio’ que se sirve de todos los ardides que admite la narración cinematográfica, poniendo en evidencia que éste es todavía un medio para ello.

 


El Truco Final (The Prestige) es, sin lugar a dudas, la primera gran película de 2007.


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