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Rocky Balboa

A golpe de nostalgia
 
Lejos de la indulgencia con la recuperación de una saga, Stallone brinda la oportunidad de decir la última palabra a uno de sus personajes más iconográficos en un filme inesperadamente melancólico y enérgico.

Que Sylvester Stallone se haya vuelto a poner los guantes y subir a un ring dando vida a uno de sus personajes más célebres puede parecer, a simple vista, un denodado intento por reverdecer viejos éxitos. La gloria hace años que le dio la espalda. Pero en ‘Rocky Balboa’ se aleja de la secuela fácil, del oportunismo de saldo que muchos esperaban, convenciendo en su virtuosa apuesta por la palpitación y las motivaciones de un personaje que todavía tenía una última palabra que decir. Sylvester Stallone encamina este último viaje de Balboa hacia la desnudez emocional, la misma que ha concebido en una película que se presenta como la retirada definitiva de un mito del celuloide.

La nobleza de este aventurado desafío radica en la vinculación de la historiografía de Rocky Balboa con la nostalgia, exponiendo al que fuera indiscutible (anti)héroe como un abnegado hombre consumido en sus propios recuerdos, que no ha terminado de cicatrizar sus heridas internas (su esposa ha muerto y su hijo no quiere saber nada de él). Un hombre que vive del pasado y provoca compasión contando diariamente sus anécdotas de boxeador a los clientes de ‘Adrian’s’, el humilde restaurante que regenta. Pese a ello, sigue siendo una celebridad que aún posee un tenue fulgor en el presente, pues Balboa sigue siendo esa vieja leyenda con la que hacerse una foto si alguien se tropieza con él. El paso del tiempo no pasa en balde. Ni para el personaje, ni para Stallone, que parece no perder de viste en ningún momento esta actitud dentro de su entregada narración.



El boxeo ya no es lo que era, como el cine comercial del momento. Hollywood está viciado y agriado por el ostracismo de las productivas formulas actuales, por lo que ‘Rocky Balboa’ podría verse como un ejercicio de añoranza hacia una genealogía cinematográfica sofocada en el recuerdo, en la memoria de aquel cine de los 80 en el que Stallone era un dispositivo infalible para la taquilla. Y lo cierto es que, tanto en su guión sostenido en la simplicidad como detrás de la simple apariencia, el objetivo del filme va más allá del combate final de este viejo boxeador, ya que comprende, con contención, una perfecta representación de los propósitos de Stallone por intentar ofrecer un poco de toda aquella esencia perdida, de “dejar salir esa bestia” que el mismo Stallone llevaba dentro, como su rol, consiguiendo una película entrañable como adeudo para aquellos seguidores que no han olvidado su apagada estrella. Y parece ser que, haciendo caso a las cifras, muchos siguen siendo aquellos que echan de menos este tipo de cine y que aprecian, sobre todo, al propio Stallone, como limitado actor (aunque aquí esté en más de una ocasión más que brillante) más que como el director y guionista que una vez llegó a ganar un Oscar.



Treinta años después, ‘Rocky Balboa’, con un tono mucho más íntimo, certifica con una nobleza fuera de toda duda aquello que le convirtió en una parábola del crédito de superación que otorga la humildad, donde no faltan valores morales y el riesgo de luchar por lo que uno cree, desde la tradicional apostura del drama clásico hasta ahondar en el esfuerzo y pesar de sus personajes (como Paulie -Burt Young-), que ha aceptado la vejez de un modo más convencional), a través de su aburrida cotidianidad, de su apesadumbrada melancolía, de su desastrosa relación paterno-filial, de sus anhelos por volver a boxear. Stallone recupera, desde la dignidad, el respeto y el cariño a su personaje, el carisma del boxeador y su particular idiosincrasia, sin evitar el inapelable paso del tiempo.

Rocky vuelve a subirse al ring, arrastrando artrosis en su cuello, consciente de sus limitaciones, pero manteniendo un cuerpo aún con algo de potencia para combatir contra el campeón mundial de los pesados, en simbolismo de la pugna con el cine actual, lleno de efectos especiales, como ese combate virtual que incita a Rocky a meterse en un improbable pugilato de exhibición.



Sin grandes novedades, resulta meritorio de qué forma ha resucitado Stallone a su púgil en ‘Rocky Balboa’, haciendo emocionar a la platea en la apoteosis en ese ‘Gonna fly now’ de Bill Conti que rememora una época, una genealogía pugilística fílmica de una saga que, con todos sus errores, integran en su esencia algunos de los mejores momentos de cine de boxeo de la Historia, incluso saliéndose de esa delimitación. Stallone, además, solventa con cognición el impedimento de asentar el sentimentalismo en el boxeo.

No se trata de propagar un estilo, ni siquiera de enfatizar un guión bastante medido (algo desaprovechado en su último tramo), tampoco de ver la buena forma en que se encuentra su protagonista (aunque sea anabolizado), ni como un testimonio de poder por parte de Stallone. Se trata simplemente de la recuperación de un viejo compañero de viaje existencial al que el espectador no ha olvidado tras treinta años. De un icono que, en el ocaso, sigue ejerciendo identificación para con el público, la del honesto boxeador medio sonado que, en un alarde de humanidad, quiere ofrecer su última y trascendental lección.
 


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