En la apática industria cinematográfica norteamericana actual, profundamente conservadora y orientada hacia las sagas de múltiples partes a la caza del beneficio seguro, no es frecuente encontrar películas que destaquen por presentar una propuesta distinta al resto. Menos aún que quien realiza esta arriesgada apuesta formal sea un veterano cineasta de setenta y cinco años, Clint Eastwood, quien tras los éxitos de Million Dollar Baby y Mystic River atraviesa probablemente el momento más dulce de su carrera como director. Eastwood lleva a cabo un insólito y fascinante proyecto con las películas vigésimo sexta y vigésimo séptima de su carrera: rodar dos films bélicos sobre la misma batalla narradas cada una desde el punto de vista de cada contendiente.
El primero de los films, Banderas de Nuestros Padres lo hace desde la óptica norteamericana (bando ganador), mientras que el film que nos ocupa, Cartas desde Iwo Jima, se desarrolla desde el punto de vista japonés (los perdedores). Aunque muy distintos, ambos films tienen varios puntos en común, entre los que destaca la crítica a los gobiernos de los países en guerra que no dudan en manipular la información, los sentimientos, los ideales y conceptos como el patriotismo y el heroismo en función de sus intereses y por encima de sus ciudadanos. Mientras que Banderas de nuestros Padres no llega a la excelencia cinematográfica y se queda a medio camino, Cartas desde Iwo Jima se posiciona claramente como una de las películas más redondas de su consagrado director y una de las más interesantes de los últimos tiempos.
Lo que Eastwood ha hecho no es nuevo, ya que anteriormente se habían rodado películas estadounidenses desde el punto de vista del enemigo como las interesantes
Tora! Tora! Tora! o
La Cruz de Hierro, aunque lo que si es una novedad es el planteamiento en díptico bélico desde los dos bandos. En ambos films el director nacido en San Francisco hace gala de su característico estilo sobrio heredado de su mentor
Don Siegel y de un gran dominio de los diferentes recursos cinematográficos que hacen de él uno de los últimos directores clásicos en el mejor sentido de la palabra.
Cartas desde Iwo Jima contó con un presupuesto de 15 millones de dólares, prácticamente la cuarta parte que Banderas de nuestros Padres y bastante bajo en comparación con la mayoría de las películas norteamericanas de la actualidad. Se basa en las auténticas cartas escritas por Tadamichi Kuribayashi, el comandante de la tropas japonesas en la batalla de Iwo Jima, y cuenta con un guión escrito por Iris Yamashita y Paul Hagis (Crash, Million Dollar Baby).
No es casualidad que Steven Spielberg sea el productor del díptico de Iwo Jima, ya que no hay que olvidar que la Segunda Guerra Mundial es un tema recurrente en su filmografía con titulos tan brillantes como El Imperio del Sol, La Lista de Schindler y, especialmente, Salvar al Soldado Ryan, amén la magistral serie Hermanos de Sangre. En esos dos últimas trabajos, Spielberg definió una estética visual para este tipo de películas que Eastwood y su director de fotografía siguen en parte.
Y es que la fotografía de Tom Stern, presente en las últimas cinco películas de Eastwood, está prácticamente desaturada muy cerca del blanco y negro con una muy escasa paleta de colores a excepción de los fuertes tonos amarillo y rojo que tienen las explosiones. Además, la oscuridad, las sombras y los contrastes juegan un papel esencial en el impactante aspecto visual del film. En la parte técnica una vez más Eastwood ha rodado en Panavision, aunque en esta ocasión usando Digital Intermediate y vídeo de alta definición para algunos momentos concretos.
En el aspecto narrativo el guión juega con los flashbacks que se suceden puntualmente durante el metraje, incluso unos dentro de otros, pero sin llegar a confundir al espectador que puede seguir la historia perfectamente. Con un ritmo pausado pero en ningún momento lento, a lo largo de sus 140 minutos se alternan momentos tranquilos y más bien intimistas con otros de acción. En el film hay al menos tres escenas, una de ellas especialmente, que son magistrales y que emocionan e impactan al espectador y es que, aunque adscrito al cine bélico, este film tiene un hondo lirismo y está impregnado de una profunda amargura.
Las batallas, que vemos siempre desde posiciones japonesas y en ocasiones utilizan elipsis narrativas, siguen las línea marcada por las producciones modernas desde Salvar al Soldado Ryan en cuanto a realismo y crudeza, con un brillante apartado sonoro particularmente cuidado. Hay que destacar que parte del rodaje se realizó en la propia isla de Iwo Jima en los escenarios reales donde ocurren los hechos narrados.
Como la gran mayoría de películas bélicas modernas tiene un fondo de antibelicismo, pero no se queda ahi, ya que va un poco más allá y aborda temas universales y atemporales aplicables a cualquier guerra y a cualquier país actual o pasado. Se ha huido de las esquematizaciones simplistas al uso y se desmitifican aspectos como el heroismo, la glorificación patriótica y el odio al enemigo tan habituales del género bélico; y es que estamos ante una película profundamente humanista con un retrato de personajes soberbio. Otros temas que también aparecen son el miedo a morir, el honor o la clasista sociedad japonesa de la época... incluso hay un mínimo resquicio entre tanto caos, derrota y amargura para la esperanza y el amor.
Hay que destacar que durante gran parte del metraje no se ven las caras de los soldados norteamericanos, aunque sí los efectos de sus ataques; sólo vemos imágenes desde lejos de sus fuerzas amenazadoras o sus cuerpos, cascos y armas recortados en la oscuridad y disparando, de forma que, hasta una de las escenas cumbres de la película, no humanizamos a "los otros", sino que los vemos como un ente abstracto y lejano identificándonos más con los japoneses que con los norteamericanos. Este mismo recurso narrativo ya lo aplicó Spielberg con excelentes resultados en algunas escenas de E.T. el Extraterrestre.
Uno de los aspectos más destacados del film es la interpretación de los actores japoneses, entre los que brillan con luz propia Ken Watanabe (El Último Samurái), Kazunari Ninomiya (en el papel de Saigo) y Tsuyoshi Ihara (como el barón Nishi) que consiguen dar vida a unos personajes multidimensionales y, ante todo, profundamente humanos.
Se estrena en España en versión original subtitulada en castellano, con la inmensa mayoría del metraje de la película en japonés y con unas pocas frases en inglés. Posiblemente la decisión de no doblarla al castellano no guste a algunos espectadores y reste recaudación en taquilla, pero confiere a la película de una autenticidad y fuerza que casi con total seguridad no se hubiera conseguido doblándola dado que las características fonéticas del japonés y del castellano son radicalmente distintas y es muy difícil conseguir buenos resultados en los doblajes.
Esperemos que la ausencia de conocidas estrellas internacionales en el reparto, formado exclusivamente por japoneses, y no estar doblada al castellano no haga que los buenos aficionados al cine se pierdan esta excelente película.
por Paco Bruña , © zonadvd 2007