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En Tierra Hostil (The Hurt Locker) de Kathryn Bigelow

La explosiva adicción a la guerra
Kathryn Bigelow ha creado una rotunda obra despojada de antibelicismo y patriotismo, apuntalada con un espectacular sentido de la acción y de la intriga, sin caer en grafías artificiosas ni evitar compromisos con la historia que se narra.

En el documental del siempre controvertido Michael Moore ‘Fahrenheit 9/11’, aparecía un marine del ejército norteamericano afirmando que le gustaba salir a matar iraquíes mientras escuchaba la canción ‘Fire Water Burn’, del grupo Bloodhound Gang. Un espeluznante descarrío de corte hemostático, como remedio a la necesidad de adrenalina y emociones fuertes. Esta visión repulsiva y descorazonadora de esos soldados con serias dudas sobre su propio heroísmo bélico se envenenaba aún más con ‘Redacted’, de Brian de Palma, donde, basándose en hechos reales, se narraba cómo un grupo de esta incontrolable hueste violaba y asesinaba en Mahmudiya, sur de Bagdad, a Abeer Qasim Hamza, una niña de 14 años. Tampoco ayudaron mucho las comprometedoras imágenes de algunos encargados de la seguridad de la Embajada de los Estados Unidos en Kabul, Afganistán, profanando la integridad de las tropas estadounidenses y las mentiras de sus gobierno, que bien refleja ese documental ‘Al descubierto: Guerra en Irak’, de Robert Greenwald. El conflicto bélico iraquí es, hasta el momento, fiel reflejo de la transigencia mundial dentro de una guerra manipulada por el control absoluto de sus recursos energéticos. Kathryn Bigelow, sin embargo, no se ha dejado llevar en ‘En tierra hostil’ por los tópicos consabidos que desglosaran un nuevo manifiesto de denuncia o de delirio provocado por la guerra. La película se acerca más al documento de Deborah Scranton ‘The War Tapes’ que a las películas que asumen su discurso como una denuncia a la falta de respeto por los Convenios de Ginebra como las antes citadas.

La realidad verídica sobre los acontecimientos son puestos en un segundo plano. Tanto su guionista, Mark Boal, como a la propia Bigelow, les interesa otra cosa bien diferente. Por eso, saben sortear con inteligencia ese residuo crítico del concepto de patriotismo o negligencias varias, así como de sus vínculos geopolíticos, de una confrontación que se prevé larga y agónica. Boal ya expuso una mirada más subjetiva sobre los marines y sus conflictos en la guerra a través de los ojos de un padre que inicia una investigación para conocer los motivos de la muerte de su hijo en ‘En el valle de Elah’, la película más destacada de Paul Haggis. Aquí, deja la historia en manos de la cineasta, porque la fuerza reside en trazar con pulso un guión que arrasa en astucia y libertad a la hora de profundizar en sus personajes a través del peligro que les rodea. Fue Chris Hedges, un corresponsal de guerra para el New York Times, quien acuñó la frase que abre la película: “el ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, pues la guerra es una droga”.

De este modo, se aleja del escalofriante hecho que revele una tipología de marines enloquecidos y palurdos deseosos de matar al enemigo sin causa alguna. Tampoco se valora un contexto histórico o geográfico que apunte a que el fracaso de Vietnam se va a repetir. No hay instigación a un discurso concreto, lo que revaloriza sus finalidades como película bélica. Los marines no basan sus acciones en discursos complejos, sino que avocan su estado en la proyección visceral de quiénes son y cómo sienten la guerra en su vida diaria. Si un soldado está acojonado, lo hace ver, como en el caso de Eldridge (Brian Geraghty). O cuando un marine como Sanborn (Anthony Mackie) es disciplinado y responsable, también. No hay razones patrióticas para definir sus actos. Simplemente hacen lo que se les exige, por mucho que haya algunos, como el sargento William James (Jeremy Renner) que, por un incomprensible afán de temeridad y profesionalidad enfermiza, pone en peligro al pelotón por esa actitud compulsivamente detallista de su “trabajo” desactivando bombas. Más allá de la desconfianza recíproca entre los asaltantes americanos y los ciudadanos iraquíes, existe una certera mirada a la confrontación existencial del hombre y la amenaza que le rodea, aquello que motiva su instinto de supervivencia, sin evitar poder caer en la feroz presión a la que son sometidos un puñado de infelices inmersos en una guerra inverosímil como es la de Irak.

Es cierto que Bigelow inclina el pulso hacia un enfoque de humanización de los soldados marines. Sin embargo, lo hace sin heroísmo, otorgándole a su mejor obra hasta el momento el auténtico significado bélico de Irak. Cualquier tipo de heroicidad queda neutralizada por las consecuentes reacciones de ese hombre torturado al que interpreta (de forma espléndida) Renner. No hay ápice de profundización existencial o reflexiva sobre sus movimientos, sino que se deja llevar por las imágenes y los hechos que consisten en sobrevivir día a día. Dentro de un entorno de personajes, ‘En tierra hostil’ sabe delinear un estudio sobre la obsesión de un soldado por un peligroso ‘hobbie’ que ha convertido en su única vida. Nadie desactiva mejor las bombas que él, autoasumiendo que es mucho mejor que un robot controlado a distancia. En sus manos, en su esmero y su desazón a la hora de manipular un detonador, se encuentra una satisfacción indescriptible.

James es un autómata del peligro que opera como un cirujano metódico, capaz de poner la vida en juego sólo por sentir que está vivo, pero también de ofrecer una hipotética ternura y generosidad humana al extraer un cargador explosivo del cuerpo sin vida del chaval con el que negocia DVD’s piratas en un pequeño mercadillo callejero cercano a la base militar. En contraposición, se encuentra Sanborn, rol que, pese a que admira la capacidad de riesgo de James, se rige a las normas de un profesional comprometido con el bienestar de sus hombres. James es un inadaptado que se ha alineado en su propia obstinación por estar muy cerca de la contingencia. Tanto es así que para él, el contexto pernicioso y agresivo no es el campo de batalla, si no la vuelta a casa, la normalidad absurda que supone comprar unos cereales en un supermercado, desatascar un canalón lleno de hojas o cortar unos champiñones. Es en esta esfera donde resulta inoperante y vacío. La rutina es lo que destruye a este hombre, como le confiesa a su pequeño hijo en un discurso tan crudo como categórico.

‘En tierra hostil’ ofrece un análisis sobre la psicología de un soldado como pocas veces antes se haya visto, sin eludir sus miserias, pero tampoco el lado humano que exige la adrenalina tóxica de la guerra para subsistir en el mundo. En ese sentido, el filme de Bigelow responde aquellos personajes que consideraban el entorno bélico y armado como su casa de los filmes bélicos olvidados de Aldo Ray y el sentido grupal de Howard Hawks. Y no es casual que sea Jeremy Renner el que borde esta personalidad enfermiza de un guerrero antihéroe, ya que el actor californiano tiene un extraño carisma que reside, precisamente, en no tener carisma. Con ello, puede ir mostrando su fondo dramático con los actos, con un físico poco llamativo, no con la gestualidad o el atractivo.

Pero si hay algo que hace que ‘En tierra hostil’ vaya a ser una futura obra maestra (si no lo es ya) es la dirección de Kathryn Bigelow detrás de las cámaras, con una capacidad de obtener de cada imagen el espíritu necesario para convertirla en frenética acción con una radiografía de ese entorno hostil y amenazante. La directora asume el control dramático de todos y cada uno de los movimientos para dotar a su producto con un admirable sentido físico del espectáculo audiovisual en uno de los montajes más asombrosos vistos en mucho tiempo. Su juego de planos es prodigioso, ya sea cuando se trata de aportar ‘multiperspectiva’ de visiones; la gente que observa desde los balcones, los insurgentes que apuntan desde un refugio o la dinámica de los protagonistas que se mueven por hangares o calles amenazados en todo momento por enemigos camuflados, como de utilizar el ralentí para dotar de intensidad los momentos más vehementes de la historia. Es como estar pisando continuamente un campo de minas a punto de estallar, metiendo de lleno al público en el suspense de la contienda, acercándoles a esa temible realidad, a veces insoportable, con una pulcritud y una precisión imponderables. Y lo que es más digno de alabar, sin mostrar un infierno bélico con falsos mecanismos.

Bigelow combina la espectacularidad de sus secuencias de guerra con la desviación hacia el perímetro del individuo que salpica el filme, de sus retazos de abnegación ante el desastre, del recelo, de la desconfianza, ya que una película como ‘En tierra hostil’ no se justifica únicamente con la acción, los disparos y las explosiones. Bigelow es muy perspicaz. Y ha creado así una película de género que puede ser disfrutada sin ambivalencias o culpas, despojada de antibelicismo, simplemente apuntalada con el puro sentido de la acción, de la intriga de sus impecables ‘set pieces’, sin caer en grafías artificiosas ni evitar compromisos con la historia que se narra. Ya en sus anteriores trabajos, había demostrado gran pericia en cuanto a mostrar la puesta en escena de la violencia con una franqueza y una elegancia digna de los grandes maestros. En esta ocasión alcanza un equilibrio certero entre la ‘hiperrealidad’ como objetivo y la moderación en su consecución de la conmoción y el desconcierto más allá de la imprecisión e incertidumbre que habitualmente desempeña esta técnica formal. Fundamentalmente, porque Bigelow sabe respetar los espacios, los mismos que separan a James de las bombas, del equipo de asalto de ese área desconocida. Eso lo tiene muy claro la directora, la integridad del espacio es respetada con una lógica fulminante. Por eso, sería muy injusto olvidar la inquieta fotografía de Barry Ackroyd, que eleva la narrativa con la se ha desplegado impetuosamente la acción hacia una magnitud cinematográfica de alto calado en sus sacudidas de planos, en su infinidad de recursos visuales en conjunción con un manejo del sonido lapidario.

‘En tierra hostil’ es, en definitiva, toda una hazaña que equilibra sus objetivos en este período de fragmentación que vive el cine de acción, donde la veracidad abrupta, áspera y visceral se crea alrededor de una atmósfera opresiva. Un cosmos con olor a pólvora y sangre reflejado con el empeño de sencillez en su ausencia de estilización, de depuración cinematográfica al servicio de lo que se narra. Bigelow ha sabido conferir un grado de honestidad que no abdica en ciertos efectismos para parir la más hábil y conseguida visión sobre el conflicto bélico de Irak, en la que no hay ofuscaciones políticas ni ideológicas. Sólo un campo de batalla y un grupo de hombres que hacen lo posible por sobrevivir en esa tierra hostil a la que refiere el título de la que será, sin ninguna duda, una de las mejores y más contundentes películas de este 2010.

Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010



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