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El ex-Monty Phyton Terry Gilliam adapta la novela homónima de Mitch Cullin, construyendo una versión oscura de "Alicia en el País de las Maravillas" con un resultado capaz de generar repulsión y encanto a partes iguales.
Que el director Terry Gilliam es uno de esos tipos singulares, que lleva años haciendo un cine que se escapa de las directrices del blockbuster hollywoodiense, es algo que nadie puede negar. Muchas de sus películas, como "Brazil" o "12 monos", abogan por una visión de la realidad en la narrativa cinematográfica colindante frecuentemente con la estética del sueño, la fantasía, la imaginación y la evasión de sus personajes. Para llevar adelante el proyecto de Tideland, Gilliam encontró muchos problemas tanto de financiación como de distribución, prueba de ello es por ejemplo que su – por otra parte excelente – edición en DVD nos llega ahora más de tres años después de su fecha de producción.
El proyecto se inició en 2001 cuando Gilliam se encontró con la novela de Mitch Cullin en la mesa de su despacho, y se sintió atraído por lo gracioso, conmovedor y pertubador de la historia. Llamó a su amigo y guionista Tony Grisoni, con quien ya había trabajado en "Miedo y Asco en Las Vegas" y para la producción confió en Jeremy Thomas. Pero no fue fácil sacar adelante un film tan polémico, por lo que más tarde se sumó al proyecto Gabriella Martinelli, productora de la no menos compleja "El almuerzo desnudo" de David Cronenberg. Con todo, Gilliam rodó durante todo este proceso "El secreto de los Hermanos Grimm", una cinta más cercana al mainstream con la que logró el suficiente financiamiento para desarrollar completamente "Tideland", algo que sin duda ponía de manifiesto su total confianza en un proyecto mucho más personal y elaborado.
Respecto a la novela, la principal diferencia reside en la eliminación de la voz que narra la historia en primera persona, la de la niña Jeliza-Rose (Jodelle Ferland en la película). Lo cierto es que una voz en off suele impregnar a un film de cierta sensación de apacibilidad y sosiego, aspectos que chocan con la visión del film que pretende Gilliam. Además, la ausencia de este hilo narrador suscita en el espectador más inquietud alrededor de cómo avanza la trama, si la niña sobrevivirá a todo lo que está experimentando o, incluso, llegar a cuestionarse la propia lógica de aquello que está viendo. Así pues, eliminando esta referencia, Gilliam consigue que el espectador carezca de una mano a la que cogerse en su devenir por los vericuetos que le esboza.
Los films de Gilliam siempre tienen una importante fuerza visual, apoyándose con asiduidad en imaginarios e instantáneas que evocan todo aquello que pretende transmitir a través de su objetivo cinematográfico. No olvidemos, por ejemplo, que para "12 monos" se inspiró en las poderosas imágenes de "La Jetée" de Chris Marker. Para la estampa fundacional de "Tideland", la casa de madera en medio de un inmenso campo de maíz en un paisaje remoto y diáfano, Gilliam partió de un famoso cuadro de Andrew Wyeth llamado "Christina’s World", que sin duda captura magníficamente la estética de ese "Jeliza-Rose’s World" que es "Tideland".
La película se inicia con una cita de "Alicia en el País de las Maravillas" de Lewis Carroll, en lo que es sin duda una axiomática declaración de intenciones del director en su deseo, desde el principio, de no ocultar los evidentes paralelismos. "Alicia ya no sabía si estaba cayendo muy despacio, o cayendo muy profundo. En su caída por la madriguera de conejo Alicia piensa que debe estar cerca del centro de la tierra, pues no parece haber un final y le da tiempo a pensar mientras cae y cae... ". No debe de escapársenos la quimérica metáfora que propone este incipit del film, puesto que prevé la experiencia a la que el espectador se someterá en los próximos minutos. Tideland puede concebirse como una película – madriguera - en la que, mientras la vemos – caemos a lo largo de ella - podemos interpretar que es desagradable, tediosa, intrascendente y por ende, larga – caemos muy despacio – o entender que asistimos a una intensa y maravillosa fábula de inocencia y ensoñación – caemos muy profundo -.
En cualquier caso ésta es una de esas películas que constituyen casi un género que suelen definirse con la célebre aserción "o te encanta o te repugna". Cierto es que cuando un cineasta del perfil de Gilliam apuesta habitualmente por productos tan personales y extremos, suelen sucederse estas dicotomías, pero es que precisamente la armónica convivencia en "Tideland" de elementos de pulcra fantasía e infecta realidad es la que la convierte en un film tan bizarro como polémico. Y es algo que se evidencia desde el mismo momento en que las luciérnagas – elementos icónicos de ensoñación – comparten el plano cinematográfico con las moscas que asedian el cadáver putrefacto de Noah (Jeff Bridges); o el aroma del vasto paisaje coexiste con la pestilencia de los gases del muerto en descomposición.
Desde la propia fotografía de Nicola Pecorini – con quien Gilliam ya trabajó en "El secreto de los hermanos Grimm" y "Miedo y asco en Las Vegas" - ya se conjuga a la perfección la representación de escenarios tan bellos como absolutamente agorafóbicos – las praderas en las que "nadan" Jeliza-Rose y Dickens – con interiores tenebrosos, lúgubres y claustrofóbicos. La cámara rara vez se sitúa en la horizontalidad del plano, y las angulaciones, picados, contrapicados y encuadres aberrantes simbolizan una visión irreal y fantástica que impide, en consecuencia, que podamos entender lo que vemos con los pies en el suelo. Se dan tres tipos de iluminaciones fundamentales a lo largo del film, la interior, muy oscura y sin contraste; la exterior, repleta de luz y naturalidad; y una tercera iluminación, artificial y surrealista, que aparece en el último tercio del film acompañando las extravagantes escenas interiores de Dickens y Jeliza-Rose.
Como otras obras recientes de sello extremadamente personal que se tornan de manera instantánea en obras de culto – podemos pensar en la hipnótica "Inland Empire" de David Lynch – Tideland propone una manera de ver cine capaz de fascinar a una mente inocente – como la de un niño – o de horrorizar a un espectador adulto. Lo indiscutible es que la película tontea con las imágenes de una niña preparándole la dosis de droga a su padre, así como juega con escenas de pedofilia, necrofilia, pederastia y taxidermia humana… elementos que, sin duda, no son aptos para todos los estómagos, especialmente aquellos incapaces de aparcar el sentido común y de, como en el cartel del film, darle un vuelco a su percepción y dejarse llevar por un cuento carente de Érase una vez, de Fin y de moraleja. Y es que, en esencia, "Tideland" es un canto a la vida, a la inocencia y a la firme creencia de que sólo a través de la visión ilusoria y fantasmagórica gestada desde los ojos de una niña podemos entrever con utópica esperanza un mundo real un poco menos mísero y despreciable.
Tideland comparte con obras como "Léolo", "La piel que brilla", "Paperhouse", "Mirrormask", "Dentro del Laberinto" o "El espíritu de la colmena" – curiosamente similares a ésta resultan las escenas en las desiertas vías del tren - , la adopción de la perspectiva de un infante y de su imaginación como evasión de los horrores de la realidad que le acecha. Pero en este sentido, quizá por hacer uso de los cuentos populares, ya no sólo de converger en la mencionada "Alicia en el País de las Maravillas" – en la que por ejemplo, Gilliam convierte al conejo en una ardilla – sino también en el uso de una "Dorothy" escrutando los rincones de un mundo fantástico acompañada de pintorescas criaturas, sea con la genial "El Laberinto Del Fauno" con la que "Tideland" guarda mayor parentesco.
Tanto la Ofelia de Del Toro como la Jeliza-Rose de Gilliam comparten una realidad oscura y represiva de la que sólo pueden escapar a través de un universo fantástico creado por su imaginación, un mundo mágico que poco a poco confluye con el real hasta el punto que el espectador tiene dificultades para discernirlos, y la influencia de la fantasía resuelve en última instancia los problemas de la realidad. Ambas "Dorothys" se encuentran en su camino árboles como icono de su entrada al lado mágico, y están interpretadas de manera magistral por jóvenes y prometedoras actrices – Ivana Baquero y Jodelle Ferland – pese a que, en la película hispanomexicana, el reparto es mucho más destacado – excelentes Sergi López, Ariadna Gil, Maribel Verdú y Álex Angulo – mientras que la anglocanadiense sólo se sustenta únicamente en la sobrecogedora actuación de Jodelle Ferland – Silent Hill, Kingdom Hospital, The Messengers, Smallville… -, capaz de hacer creíbles las situaciones más extravagantes.
Tal y como señalamos en este análisis, el visionado en versión original es obligado para apreciar cómo Jodelle interpreta a las cuatro cabezas de muñecas con cuatro personalidades y tonos distintos. En esta dialéctica, si bien el film de Del Toro es más redondo, y por sus características es más apto para dirigirse al gran público, "Tideland" pervierte ese planteamiento y cae en un extremismo completamente buscado que le erige en un producto iconoclasta y difícilmente digerible. Luego ya depende de cada cual elegir su forma de caer en la madriguera.
Iván Bort Gual © 2008