![]() |
|
Los Cronocrímenes ha recorrido un largo y sinuoso camino hacia su esperado estreno. Hasta que encontró distribuidora (Versus Entertaiment), Nacho Vigalondo, creador de cortos de culto como ‘Código 7’, ‘Domingo’, ‘Choque’ y su trabajo más emblemático por el que fue nominado al Oscar en 2003 ‘7:35 de la mañana’ ha visto cómo su primera película como director y guionista ha generado grandes expectativas, pero a excepción del Festival de Sitges, pocos han tenido el privilegio de poder verla. Nadie es profeta en su tierra. Por eso, el director cántabro ha tenido que esperar varios meses para ver realizado el sueño de ver su trabajo proyectado en las salas nacionales. De entrada, su largometraje no es una comedia absurda o urbana; eso hubiera supuesto más facilidades a la hora de anticipar el estreno, sino que es un loable ejercicio de ciencia ficción a la española, realizada con escasez de medios, pero paliada con un guión que deja en ridículo a la gran mayoría (por no decir totalidad) de películas patrias que llegan habitualmente a estrenarse.
Estamos ante un filme que se desprende de prejuicios genéricos, para acometer, con valentía y mucho riesgo, el reto de determinar una aventura que mezcla realismo, ‘thriller’, algo de terror y ciencia-ficción en una única esfera de acción. Tal audacia ha hecho que esta obra (por definición, de culto) haya triunfado fuera de nuestras fronteras y vendido sus derechos para el ‘remake’ norteamericano antes de poder ser vista en España. Es ilógico, claro que sí. Pero así funcionan las cosas en este país. Y es una lástima este maltrato, pues el cine español echa en falta talentos como el de Vigalondo y títulos como éste que hagan atenuar, en parte, la ridícula situación, a veces esperpéntica, en la que la cinematografía patria incurre con películas de sonrojante mediocridad.
Nacho Vigalondo demuestra que, más allá de ese personaje nervioso y verborreico hecho a sí mismo, subido con comodidad a la etiqueta de fulgurante personaje multimedia, ha sabido ir intensificando su evolución como creador (primero con sus cortometrajes de marca, ahora con este primer trabajo), concretada con una punzante astucia vivificadora que bebe de todo aquello que el director ha ido absorbiendo. Más allá de devociones o animadversiones sobre su figura, Vigalondo emplaza aquí al espectador a seguir una historia que no hace concesiones de ningún tipo, dejando a un lado la espectacularidad y el facilismo en el que podría haber caído, sin efectos especiales, con una austeridad visual que enmascara lo que podría apreciarse como una alucinación hermenéutica temporal. Por proximidad, compartiría espíritu inquieto con ‘El anacronópete’, de Enrique Gaspar y Rimbau, así como por temática con las obras subgenéricas de H. G. Wells, Philip K. Dick o Heinlein y los trazos de cintas generacionales de referencia ineludible como ‘Regreso al Futuro 2’, de Robert Zemeckis o ‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis.
Los Cronocrímenes fabula en torno a Héctor, un hombre gris y anodino que, recién instalado junto a su mujer en un apacible entorno junto al bosque, descubre con sus prismáticos a una hermosa joven desnuda. La curiosidad y la pulsión sexual por este hallazgo, le hacen acercarse sin saber que un misterioso hombre con gabardina y con un extraño vendaje rosáceo le atacará con unas tijeras. Es el comienzo de una serie de catastróficos accidentes provocados por el caos temporal inducido por el propio protagonista, que alterará el flujo del tiempo en un ciclo que debe cerrarse sobre sí mismo. Lo que parece ser una cinta costumbrista, se convierte a las primeras de cambio en una odisea de ciencia ficción, pues la irrupción del género llega muy pronto, abriendo la duplicidad de líneas temporales paralelas, donde se desarrollan exactamente los mismos acontecimientos en un proceso de transformación de la realidad en otra alternativa y simultánea con dos opuestos que son uno. Un hecho que abre una tesis y antítesis del presente y del pasado, respectivamente, para acabar resolviéndose a modo de epítome que supera todos los hechos.
Todo esto, que puede sonar complejo e ininteligible, es sugerido con pericia a modo de puzzle que va desgranándose con aparente simplismo, pero narrado con capacidad de desconcierto que desprende el relato de Vigalondo, convirtiendo la miserable situación en la que se sumerge el personaje en una auténtica odisea de grotesca ironía, que es el germen evolutivo, además, dentro de la interesante obra cortometrajística del autor cántabro. La irrupción de lo fantástico no se ve enfatizado por ningún tipo de efectismo, sino que se integra en la narración hasta diluirse en la cotidianidad, del mismo modo en que no se produce distinción en el tratamiento fílmico en relación a la escenografía y al contexto realista. La adscripción genérica de Vigalondo se relativiza en todo momento.
A lo largo de ochenta se dan varias situaciones espirales, agitadas con sentido multisémico, que van provocándose por medio del efecto antes de la causa, lo que evita cualquier demostración lógica o empírica de su proposición. Vigalondo es listo, y lo que hace es facilitar la identificación con un personaje cuyos encontronazos con sus diversas realidades obtienen su explicación en un segundo término, sin indagar en motivaciones externas o en fantasías utilizadas como señuelo. Cuatro personajes y un par de escenarios son suficientes para mover una historia llena de ardides, donde no existe ni sólo error de incoherencia argumental, buscando en todo momento que el público crea conocer de antemano lo que va a suceder, cuando no es así. El resultado es un seguimiento activo del espectador que apela directamente a su inteligencia como público astuto, obligado a ser partícipe de la trama, a pensar de inmediato en lo que está sucediendo antes sus ojos, en lo que ha sucedido y en lo que va a suceder. Y lo hace siguiendo una exacta progresión dramática, que mantiene en todo momento una lógica racional en el encadenado que camina siempre más por la línea de lo verosímil que por la parábola ficcional.
Sin llegar a inflamar la terminología cognoscitiva, científica o filosófica con términos que alejen al espectador de las intenciones de la historia, ‘Los Cronocrímenes’ exhibe una serie de personajes que coexisten en un mismo espacio, en una iteración de tres líneas temporáneas que interactúan produciendo varios giros de guión, contado con una trascendencia hipnótica, fraccionando la historia con dobles (y hasta triples) simultaneidades. Por supuesto que no faltan paradojas temporales. Es el elemento necesario que defina por completo la diversidad de un rol que se engaña a sí mismo y a los demás personajes, idealizando realidades y destruyéndolas para crear o deshacer un funesto acontecimiento, que es lo que motiva parte de la sucesión de viajes en el tiempo.
En el camino, se da una antológica reflexión sobre la identidad, la de un hombre mezquino que se dedica al vouyerismo en sus ratos libres, celoso de que él mismo pueda estar con su propia mujer en el desdoblamiento de tiempos, en cuya esencia subyace la huella de lo inevitable, de aquello que está predestinado o postdestinado, dibujando la muerte como ineludible contrariedad que no se puede evitar, pero sí se puede enmendar, como demuestra el espeluznante ‘happy end’ presentado a modo de triste y cínica poesía que está rodado mediante uno de los planos cenitales más espectaculares vistos en nuestro cine.
Llama la atención la seriedad con la que Vigalondo ha creado su primer largo, optando por envolver su película en una estética gélida y algo distante de la mano de Flavio Martínez Laviano, que se armoniza con una puesta en escena esencialmente naturalista, con un orden de composición desprovisto de artificios formales, casi plano, aprovechando así el preponderante dominio de la pieza clave de este filme, que reside en su férreo y sorprendente guión. Un libreto estructurado con maestría para que todas piezas encajen con sorprendente precisión. Ésa sombría atmósfera visual, unida a los grotescos personajes y situaciones que galvanizan la trama, aprovecha ese enrarecimiento para reforzar algunos (pocos) momentos de humor negro. Por el contrario, el único inconveniente del filme tal vez sea la poca gravedad que juega el entorno sobre la historia. Los verdes parajes septentrionales utilizados como espacios de ida y vuelta o el interior del silo científico ven mermada su eficacia por el exceso de opacidad dentro de los espacios.
Esto, voluntaria o involuntariamente, entorpece que los escenarios jueguen un papel primordial dentro de la historia, sin dejar que operen como un personaje más, restando funcionalidad a la propuesta, siempre centralizada en el/los personaje(s) de Héctor y sus movimientos. Un menoscabo compensado con un estupendo Karra Elejalde que, pese a cierto contrapeso inicial, se va metiendo en la piel de un rol torturado por sí mismo, evidenciando el talento admirable de sus mejores interpretaciones, muy por encima de un imponente Bárbara Goneaga (que aún así, está más que correcta en el papel de pieza clave del rompecabezas) y de la más anodina Candela Fernández. El propio Vigalondo, se une a ellos con una inteligente estrategia como la de auto atribuirse el papel de un científico que dentro del filme, obviamente no es actor, pero que actúa en cada instante que está en pantalla y que sirve de réplica a todas esas críticas que se puedan verter sobre su papel como actor.
Inteligente rompecabezas, funciona como un colosal entretenimiento que necesita incluso de la revisión para captar nuevos detalles y abruma por su amplia gama de gradaciones narrativas. Puede echársele en cara la falta de algo de lustre visual, sí, aunque éste sea buscado por el director, pero lo cierto es que nos encontramos ante una cinta de construcción matemática, que se esfuerza en todo momento por resultar coherente con la complejidad de esos intensos razonamientos y significados contrapuestos que necesitan del ya citado público como intermediario. Ahí es donde esta opera prima resulta un ejercicio de enorme honestidad, en absoluto complaciente y poseedora de un céfiro de imaginación y conciencia en la diatriba que supone alterar la condición lógica de los acontecimientos provocando un dilema aún más grave.
Los Cronocrímenes es una cinta que suscitará reacciones encontradas, que contradigan o reafirmen muchas de las expectativas y criterios posteriores a su visionado, bien sea por parte del público como de la crítica especializada. Estamos ante una película que uno no sabe como tomarse exactamente, pues tiene múltiples lecturas. Y eso es impagable. Sin embargo, crea animadversiones. Sólo el paso del tiempo colocará esta inclasificable obra de orfebrería en el lugar al que corresponde. Una experiencia cinematográfica que hay que vivir y de las que el cine español está tan necesitado. Es una pena que no vaya a transferir su brillantez más allá del transitorio estreno español; porque, la verdad sea dicha, condiciones para fascinar no le faltan.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008