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Entretenimiento taoísta de máximo grado
Posiblemente Kung-Fu Panda sea la película más accesible y gratificante de Dreamworks Animation, ya que ha logrado sacar todo el partido posible a una simpática historia de corte muy familiar
El departamento de animación de Dreamworks ha visto, una y otra vez, cómo cada trabajo de antagonista Pixar ha hecho sombra a las tentativas digitalizadas de una factoría que ha buscado, más allá de equiparar sus virtudes a la competencia, la autoafirmación de un estilo más o menos enérgico que esté a la altura de las circunstancias y expectativas. Si bien películas como ‘El espantatiburones’, ‘Madagascar’ o el la trilogía ‘Shrek’, la más celebérrima de la empresa creada por Spielberg, Kazenberg y Geffen, palidecen ante las obras de minuciosa perfección artesanal de la factoría encabezada por John Lasseter y acólitos, han ido desprendiéndose paulatinamente de prejuicios para seguir una línea evolutiva paralela a su gran rival, consiguiendo extirpar lo que se venía entendiendo como cierto desarraigo en cuanto a personalidad para formular otro tipo de cine de animación más afín a los intereses comerciales según el target, infantilizando sus películas en busca de un público más concreto y menos global que la Pixar.
‘Kung Fu Panda’ viene a corroborar que Dreamworks está en el sendero del éxito con distintivo propio, sin prejuicios y encontrando al fin una feliz equivalencia entre objetivos y resultados. Si bien no alcanza los niveles de refinamiento narrativo y visual de su soberbio adversario en el terreno de la animación, la cinta de Mark Osborne y John Stevenson se puede considerar la más ambiciosa propuesta de su sello, haciendo gala de un acabado técnico muy destacado, que sabe aprovechar un guión de una sencillez e inventiva realmente admirables, enraizado a los modelos clásicos y con una puesta en escena a la que le sobra inventiva.
La historia sigue las andanzas de Po, un oso panda perezoso y fantasioso que trabaja sirviendo tallarines en el negocio familiar mientras sueña con llegar a ser el Gran Guerrero Dragon y luchar junto a los Cinco Furiosos (Mono, Tigresa, Víbora, Grulla y Mantis), los mejores y más experimentados luchadores a las órdenes del maestro Shifu. Elegido por la vieja tortuga Oogway, el destino apuntará al simpático plantígrado para que actúe como un auténtico maestro y así poder defender a los habitantes de su poblado del terrible depredador Tai Lung, que regresa para sembrar el pánico y descubrir el misterio espiritual tiene que ver con el Manuscrito del Dragón. Las raíces de la historia quedan bastante claras desde el principio; hay cierta reticencia a innovar, pues se convoca una idea una y mil veces vista; desde el referente de ‘Karate Kid’ a la serie televisiva ‘Kung Fu’, pasando por la saga ‘Star Wars’ y mirando de reojo a la génesis de los nuevos modelos de cine de artes marciales orientales. Incluso se podría evocar la trilogía ‘Matrix’ y sus tintes dogmáticos.
El concepto no es nuevo: un tipo gris con vida anodina se convierte en el elegido que vendrá a salvar la tierra y que en esta película, no sin cierta intención, hasta cae (literalmente) del cielo. Es la eterna lucha de aquel que impugna a su destino para hacer de su sueño una realidad. La máxima a seguir es, por tanto, de corte simplista, de una llaneza que nunca abandona el desarrollo de un filme pleno en componentes de cine infantil sin declinar su excelente entidad efectiva.
Pese a ser una película de corte formulista, está creada con modestia, con admirable prurito constructivo en la caracterización del oso Po como personaje, despertando desde su prólogo onírico una identificación para con el público, utilizándole con todo tipo de ‘gags’ de corte ‘slapstick’, así como múltiples mofas acerca de su torpeza, su gordura y la inocencia de este entrañable panda (que se beneficia de la voz original –Jack Black- como de su doblaje español –Florentino Fernández-). Un efecto de caracterización que logra abarcar a esos personajes satélites que en apenas dos brochazos, quedando éstos definidos para complementar las aventuras de Po.
‘Kung Fu Panda’ se nutre de una magistral planificación en las coreografías, desplegando un nivel de detallismo que coloca este último trabajo de Dreamworks a un nivel muy superior que sus predecesoras. La acción se sigue fácilmente, sin acusar pretensiones de grandeza en su contenido. Se podría decir que es todo lo contrario, pues jamás se abandona el tono cómico y despreocupado ni siquiera en las secuencias más trascendentes. Tal vez disminuya esa vistosidad cuando se trata de dosificar el trasfondo oriental, decolorado por el protagonismo de la acción y de los personajes en la pantalla, confinándolo a un segundo término sin que por ello se haya descuidado el terreno de los paisajes y geografía del país del Sol Naciente. Bastan unas notas musicales de dos grandes nombres de la partitura como son Hans Zimmer y John Powell para que la orquestación entre imagen y paisaje quede definido en la subordinación a su expedita narración, a la dinámica visual de un universo propio.
La tecnología evolutiva de Dreamworks se ha sabido adecuar a las épocas marcadas por su gran competidora, pero pugnando en la consecución de una historia que, a pesar de algunas situaciones se antojan demasiado infantiles (no olvidemos que se trata de un producto dirigido a los más pequeños), sabe sorprender, mantener cierta heterogeneidad respecto al género y concretar una identidad identificable. La película es previsible desde su inicio, pero nadie va a negarle su condición de entretenimiento de máximo grado que también domina la metáfora y el mensaje discursivo, en esta ocasión con una moraleja esencialmente taoísta que incluye términos como compromiso, confianza plena en uno mismo, intuición, sensibilidad, espontaneidad… Idea definida en una frase legendaria de ‘carpe diem’ donde por muy diferente que se sea, en un mundo en que nadie espere nada de uno, todo es posible; “El pasado es historia, el futuro es misterio, hoy es un regalo. Por eso se llama presente”.
La película de Osborne y Stevenson es una delicia animada que rebosa jocosidad y simpatía, activo ritmo narrativo y solemne sentido del espectáculo que contiene lo que se le puede pedir a una película familiar de animación digitaliza; risas, acción y valores sobre el espíritu de superación, pero sobre todo calidad de primer nivel.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008