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Hancock

Un superhéroe desastroso
Dentro de los márgenes del cine comercial y veraniego, el nuevo trabajo de Peter Berg tiene una estupenda sinopsis de la que es incapaz de extraer la substancia primordial para alcanzar algo más que el simple y anodino Pertimento

Hancock se presenta como un ‘blockbuster’ de verano apetecible, otro vehículo que sirve de excusa para desplegar el carisma, siempre garantía de éxito, del actor afroamericano Will Smith, uno de los talentos más prolíficos del cine comercial de los últimos años y adalid de la fortuna taquillera que se conjuga con una capacidad de interpretación e identificación con el público realmente admirable. El quinto filme como director de Peter Berg (conocido, básicamente, por su transgresor debut ‘Very Bad Things’) encaja con esas delimitaciones mercantiles que sigan potenciando la sólida filmografía de Smith, y continuar así la imparable conquista de público y de lucimiento personal.

Aquí el ex rapero se mete en la piel de John Hancock, un superhéroe que se sale de los designios épicos y sobrehumanos a los que ha acostumbrado el cómic y el cine dentro de una moda que ha ido acumulando todo tipo de adaptaciones de las páginas de los tebeos a la pantalla grande. Más allá de la simbología histórica de los personajes creados por la Marvel o la DC Comics, que se concretan en la habilidades y poderes superiores al resto del mundo y su lucha luchan al margen de la ley contra el crimen y el mal, Hancock es un borracho empedernido, un ser solitario, algo amoral y torturado que suele ocasionar importantes destrozos en sus desastrosos rescates y acciones heroicas.

Como propuesta y sinopsis, la película tiene un potencial relevante, hasta se diría que muy destacado, sobre todo en la desmitificación sin clemencia del mito, presentando su punible estilo de vida y sus catastróficas actuaciones para alcanzar los fines propuestos en beneficio del pueblo llano. Hancock, a su vez, es conocido por todos. Un héroe con poderes que carece de doble identidad. Tampoco necesita disfraces y, en general, la sociedad parece menospreciarle antes que reconocer sus acciones por culpa de sus excesos a cuenta de las cogorzas que se coge. En su comienzo, el filme discurre por el Pertimento “políticamente incorrecto”, describiendo el perfil del personaje protagónico con un tono de comedia cínica intachable; es maleducado, siempre está de resaca, le toca el culo a las transeúntes y no duda en llamar “hijos de puta” a aquellos que le increpan su recusable compostura.

En ese punto, ‘Hancok’ podría haber sido una magnífica (y oscura) comedia sobre la condición contrapuesta del superhéroe, sobre la necesidad de de ser aceptado y sentirse solo e incomprendido dentro de una comunidad que le arrincona pese a sus acciones de auxilio. Sin embargo, ésa posible reflexión sobre la anormalidad y el rechazo o la contradicción antiheroica, se esfuman en el momento en que Hancock salva la vida de Ray Embrey (el ubicuo Jason Bateman), un publicista que le ofrece limpiar su imagen y recobrar con ello la admiración y el respeto público. La viabilidad de haber derribado los cánones del género sólo queda como un apunte endémico, sin entrar a capturar la esencia de lo que podría haber sido un acercamiento heterogéneo al superhéroe, invirtiendo su función de ayuda por la necesidad del propio socorro antes de aquellos a los que tiene que proteger.

Lo cómodo, en esta ocasión, era tirar de lo fácil, dejar ese camino de cáustico humor para abordar una comedia netamente ‘mainstream’, que en seguida se viene abajo transformándose en un producto infantiloide y familiar. Y lo peor de todo es que tampoco ofrece las suficientes secuencias de acción espectaculares que se le exige a un producto de estas condiciones de ‘blockbuster’, pues se pasa de esa brillante definición del personaje a la gracia populista que bien podrían definirse como sucedáneo de ‘sitcom’ con gran presupuesto. De repente, el espectáculo catastrofista al que somete Hancock a su propia heroicidad, llena de comicidad, sentido del humor y agilidad, que no pierde ocasión para meterle caña a los medios de comunicación, pasa a la estandarización de los cánones, empezando por el oportunista recurso de ver en un utópico YouTube (por la calidad de las imágenes) los auxilios más insólitos y con más estropicios del odre héroe que siempre va con un gorro y con aparatosas gafas de sol hasta las líneas de guión y diálogos poco recurrentes.

Hancock se olvida de lo importante y se mete de lleno en la reinserción social del héroe, siendo el único planteamiento que seguir dentro de un entorno carcelario donde seguir priorizando su desfavorable comedia, lugar donde la historia empieza a perder esencia y todo va anunciando la debacle, reculando con asombrosa rapidez esa misantropía que ha mostrado Hancock hasta el momento por una anodina sucesión de secuencias si lustre.

Después de su entrada en prisión e introducir la cabeza de un preso en el ano de otro de ellos (sic), el filme de Berg cae en todo tipo de convencionalismos estúpidos; la palabra “capullo” que hace perder los nervios a Hancock (en clara referencia al “gallina” de Marty McFly de la saga ‘Regreso al Futuro’), la creencia del publicista en la bondad de Hancock y su paulatina adaptación -traje incluido- de formas heroicas, el reconocimiento para con las fuerzas de la ley en un robo con rehenes con la insistente frase “buen trabajo”… hasta llegar a un giro argumental e inesperado ejecutado con notable torpeza, echando por tierra lo poco que había conseguido hasta el momento, sin una lógica transición, pasando a abarcar con alegría un insustancial melodrama romántico. La película, en este extremo, ya ha destrozado por completo cualquier perspectiva de mejora.

El producto flaquea cuando más falta le hace remontar el vuelo, con todo tipo de concesiones al cómic sentimental y de culebrón, convirtiéndose en una broza referencial de todo aquello de lo que, en principio, parecía presentado con sarcasmo. Hancock se olvida de la abrupta sátira al mundo superheroico para plantear con una pasmosa edulcoración insípida los elementos que han ido configurando lo más atractivo del filme. Los ejes del subgénero son utilizados como mera excusa para lanzar el eterno mensaje de redención de Hancock, del sacrificio por los demás y lanza una historia de amor ilógica que sustituye a la Némesis que pudiera haber aportado algo de intriga a la cinta.

La culpa de que Hancock sea una película “del montón”, más bien mediocre, funcional e insatisfactoria, no sólo deviene en guión desaliñado y previsible, que avanza sin mucha complejidad por la facilidad de lo esencial, de lo rústico, incorporando personajes planos, cortados por un patrón conformista y dócil, sino que la negligencia viene dado por una dirección sin esencia, contaminada con recursos sin mucho sentido, sin empaque o pericia visual.

Peter Berg se dedica a mover la cámara a base de enviones mal estructurados, sin definir su personalidad, a medio camino de todo, sin mucho lustre e incurriendo en la ramplonería más irritante. Lo más destacable, después de todo, es el talento de Will Smith y la belleza inalcanzable de Charlize Theron. En este apartado, Smith, lejos de caricaturizar al personaje que interpreta, logra la empatía en otra sobresaliente muestra de capacidad y eficacia. Poco más. La coyuntura de la reformulación queda en un ridículo e insultante descaro comercial que malgasta (y de qué manera) una estupenda premisa y deja, pasada media hora, una predecible trama sin posibilidad de ejercer la sorpresa.

Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008



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