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Dudas y reflexiones acerca del héroe
Llena de golpes de efecto, de incuestionable ritmo e intachable factura, la secuela de Nolan sobre Batman sigue y dilata los designios de acentuación dramática e introspectiva de su primera parte.
Después de la renovación que supuso Batman Begins y el retorno a los orígenes del mito superheroico llevado a cabo por Christopher Nolan, la segunda parte de aquélla se esperaba como la verdadera evolución del personaje creado por Bob Kane en 1939 en un entorno de reescritura sin concesiones a la nostalgia. Aquí ya no se trata de estudiar al personaje desde su génesis, apoyado en un prólogo iniciático a través del viaje a los desequilibrios interiores de un Bruce Wayne que acomete su tormentosa metamorfosis en Batman franqueando su sentimiento de culpa, sino que en El Caballero Oscuro Nolan, junto a su hermano Jonathan tras el guión, acomete una ambiciosa aventura concebida como disertación sobre la condición del superhéroe, sobre la dualidad y los cuestionamientos, los adeudos sociales y la limitación de los valores morales cuando Batman ya no es capaz de sustentarse bajo la máscara de una identidad subjetiva. Todo ello amplificado con la necesidad de un villano como adversario en la inseparable antítesis entre el bien y el mal.
El resultado ha sido un éxito sin precedentes de crítica (algunos la han subido demasiado pronto al pedestal de obra maestra) y de público (155,3 millones de dólares en su primer fin de semana y rozando los 500 millones sin llegar al mes de exhibición).
La finalidad, desde su noción innovadora, era distanciarse del maniqueísmo del género y evitar el escapismo frugal para unir la parte indefectible de entretenimiento con una importante carga existencial. La historia se bifurca en dos frentes, la lucha de Batman/Bruce Wayne contra el crimen en Gotham y su Mafia con la ayuda que le brindan el teniente Jim Gordon y el nuevo e implacable fiscal del distrito Harvey Dent y la aparición del siniestro Joker, que surge para eliminar a un héroe que es cuestionado por la ciudad. La ética, la venganza, la violencia, la anarquía y la democracia son los términos que condimentan una película que, como en muchas de las trilogías y siguiendo los modelos perpetrados por célebres sagas, se muestra más oscura y adulta que su antecesora.
Podría verse como una reflexión sobre el heroísmo y sus responsabilidades ya que, en esta ocasión, el personaje interpretado con solvencia por Christian Bale asume el dilema de decidir el destino dejando a un lado su vena heroica, en contraste entre la elección aleatoria y la disyuntiva de la deliberación inmersa en el cauce de una justicia improbable, pero situándose desde un enfoque más escéptico respecto al cambio del curso de los acontecimientos y las elecciones morales y personales de sus personajes, subrayando el fatalismo y el sufrimiento, asumiendo el artificio para indagar la parte más oscura de la galería de seres que pueblan Gotham City.
La simbología y su definición en el género se sitúa de nuevo por encima de cualquier cinta vista antes, reforzando la idea de un heroísmo entendido como sacrificio vital que el superhéroe no se puede permitir, rehusando incluso al ‘status quo’, como asentaron en el mundo del cómic Frank Miller, Alan Moore, Dave Gibbons, Jeph Loeb y Tim Sale, nombres insinuados en el embalaje narrativo que vertebra la cinta de Nolan en su intensidad argumental a la hora de conferir la credibilidad y la épica necesaria.
La búsqueda del hiperrealismo, de la naturalidad aséptica dentro del orbe arquitectónico de Gotham, así como de los modelos visuales que pretende seguir, se desmontan y vuelve a erigirse con demasiada facilidad como para resultar homogéneo. Es lo que da dinamismo a El Caballero Oscuro en su desarrollo constructivo; siempre aboga por el constante golpe de efecto, los giros tebeísticos que no pierden de vista la carga que supone ser un superhéroe en un mundo viciado, sin reconocer el equilibrio entre el orden y la anarquía. El tono discursivo de su anterior parte se suple, por momentos, por una incipiente inflexión de urgencia moderada, que sigue manteniendo un contenido sentido del suspense con aires de ‘thriller’. Eso sí, despojado, aparentemente, de los clichés del cine fantástico.
En el trayecto, Christopher Nolan se permite licencias y efectismos varios como el de hacer ver por momentos a un Batman como sosias de James Bond o espectaculares secuencias que tampoco vienen mucho a cuento, así como incoherencias y lasitud en ciertos aspectos de las subtramas, fundamentalmente las que conciernen a personajes como Salvatore Maroni, el asiático Lau, pero sobre todo la teniente Ramírez, así como la poca consistencia que tienen en esta ocasión los roles de Michael Caine o Morgan Freeman.
Bajo la pretensión de la citada verosimilitud se aspira a encuadrar al héroe alado en una disposición genérica de cine negro, donde prevalece la forma en la que Nolan filma las dudas morales y éticas que arrastran sus protagonistas, mostradas con bastante habilidad en su construcción a la hora de crear un lenguaje visual determinado, circunscrito a los exteriores urbanos de Gotham y a la obsesiva partitura creada por Hans Zimmer y James Newton Howard. A pesar de cierta redundancia de motivos, la sutileza a la hora de mostrar una violencia latente en todo el metraje o los pocos convencionalismos en los que cae, esta segunda entrega del nuevo Batman es una maravillosa muestra de cine híbrido; mezcla de drama reflexivo y cine espectáculo, que reconvierte la fantasía circense en un universo de acción y meditación. El problema (o la virtud) de esa acentuación dramática e introspectiva que tanto se reprocha en el cine del director londinense es la clave que determina la diferencia de esta nueva saga del personaje. La cuestión cardinal se encuentra en que Christopher Nolan ha creado una franquicia pensando no en el aficionado al cómic o en el fan del cine de superhéroes, sino un cine creado con un carácter más universal y adulto.
Dentro del pesimismo y el vibrante oscurantismo hay que destacar, por supuesto, la figura de ese Joker por el que respira un demoledor Heath Ledger en estado de gracia, haciendo que el villano incomode, atraiga y fascine con gran facilidad. La gracia está en admirar la capacidad de acción de un sociopáta enloquecido de mente perturbada y hedonismo provocado por el caos, la anarquía y el mal. Un personaje dibujado con acierto, que sabe llevar su discurso inmoral hasta el extremo cuando, en un momento del filme, radicaliza su posición de despreciable hijo de puta y da una lección de desgobierno al despreciar la esencia que mueve la sociedad contemporánea: el dinero. Y lo hace de la única manera aceptable de su maligna esencia; mediante la destrucción.
Joker subyuga, pero también echa en falta algo de sentido del absurdo, cuestión vital en este aterrador personaje y que luce con holgura, como ejemplo, en la secuencia destructiva del hospital. Y es que Joker, en esencia, se superpone al resto de los personajes, de entre los que el propio Bale y su ‘alter ego’ sale bastante perjudicado, puesto que los caracteres de Aaron Eckhart, Gary Oldman y en menor medida Maggie Gyllenhaal tienen bastante más relevancia que el personaje superheroico. En el que caso de Eckhart, su Harvey Dent debería haber tenido más protagonismo, puesto que él es la auténtica piedra angular del filme. Como ejemplo: su transformación en Dos Caras está acelerada de tal manera que empaña la brillantez de su desarrollo.
Es cierto que se echa en falta algo más de capacidad de sorpresa, del sentido apocalíptico que debería haberse cernido sobre la ciudad de Gotham, aunque se presuma disimulado en la degeneración de los valores y principios que envuelven a los personajes. Y en este aspecto es donde Nolan subvalora inconscientemente la inteligencia del espectador, puesto que los caracteres acaban por expresar sus condicionamientos y reflexiones sin dejar que el público pueda llegar a sacar conclusiones o dobles lecturas. Es donde El Caballero Oscuro, en su grandilocuencia moral y acentuación del mensaje, pierde toda la capacidad de sugerencia o de especulación.
No obstante, hay que reconocer el mérito de este juego mastodóntico que ha logrado modificar su esencia en función de lo desplegado en su primera película. Es difícil saber si esta nueva aportación de Nolan es o no la mejor película sobre un superheroe de todas las que van proliferando a lo largo de estos últimos años. Lo que está claro es que, a partir de este momento, las cosas dentro de las adaptaciones de cómics al cine se replantearán de otro modo, adaptando sus principios a la hora de lanzar su acomodaticio producto y poniendo sus miras en esta película donde la calidad y el ritmo hacen de ella un ejemplo a seguir.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008