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Excepcional material para un infumable
despropósito
Con algún punto en común con
el magistral videojuego, la versión cinematográfica de "Max Payne" es un
absoluto desperdicio, un despojo visual tan pobre en sus ambiciones que lo
convierten en una de las peores películas del año.
A lo largo de los años se va consolidando la idea de que Hollywood fundamenta un éxito seguro si el guión deviene en "remake", en una adaptación de cómic o en el videojuego de turno con legiones de seguidores. Son argucias comerciales que pretenden arrastrar no sólo a los fans del material primigenio para dichas traslaciones, sino a ése público denominado "mainstream", que aboga por un cine comercial sin complicaciones, de puro Pertimento expedito. Por supuesto, en casi todas las ocasiones, se cimienta en unos propósitos de beneficio seguro, por lo que para todo tipo de público se revoca la violencia y las verdaderas intenciones de los precedentes, anulando, en muchos de los casos, el espíritu y los atributos básicos que hicieron un éxito del producto en su medio natural.
En gran medida, y en este caso concreto, las películas que siguen esta usanza suelen ser infumables producciones que no logran despertar un interés más allá del efímero vistazo, de la aventura de acción hipertrofiada de secuencias sin sentido como las vistas en las dos entregas de Tomb Raider, Doom, Alone in the Dark, House of the Dead, Bloodrayne o las más digna saga (aunque poco) de Resident Evil. A excepción de la sobresaliente Silent Hill, el formulismo y el agotamiento de la idea dejaban a una adaptación como Max Payne" un terreno idóneo para el cambio, para la correspondencia de calidad entre los dos géneros, el Pertimento computerizado y el cinematográfico, que nunca se ha visto en una gran pantalla. La historia del juego creada por Sam Lake era la siguiente; Max Payne, un policía neoyorquino asiste horrorizado a la muerte de su mujer a manos de unos yonquis bajo la influencia de una poderosa droga llamada Valkyr. Tiempo después, trabajando para la DEA, la agencia antidroga estadounidense, se infiltra en una familia mafiosa neoyorquina dedicada a su distribución. Lo que era una operación perfecta, se convierte en una pesadilla de muerte y destrucción para descubrir que todo es una trampa y que alguien está jugando con él. La policía le persigue como autor del asesinato de su jefe y la mafia le quiere muerto. Max Payne inicia así su particular catarsis de venganza.
Obviamente, en esta versión cinematográfica dirigida por el incapaz John Moore se establecen muchos puntos en común con el magnífico guión del juego. Aquél supuso la revelación de una obra maestra del entretenimiento. Éste deslucido "Max Payne" no es, ni mucho menos, esa superproducción de acción, con desarrollo clásico y final inolvidable que han vivido los jugadores de este revolucionario juego. Todos los que se han acercado al mundo digitalizado de Payne no lo recuerdan como una simple aventura en 3D, sino como un estado mental y adicción inolvidable. La elegante coreografía y la naturaleza cinematográfica del juego se pierde por la nula fidelidad hacia el personaje y sus motivaciones, desaprovechando el pilar dramático que mueve a este ser descarriado a su venganza, creando un falso universo interior que va en consonancia con el embarullado signo de la acción y el curso de los acontecimientos.
El gran responsable de tal desperdicio es el debutante Beau Thorne, que ha confeccionado un guión plano y absurdo, que cae desde su inicio en la más absorbente previsibilidad hasta el punto en que todo lo que sucede en pantalla parece ocurrir por simple inercia. Bajo los designios de semejante boceto raquítico, "Max Payne", la película, recrea el universo de perversión y frialdad del original con tan poca capacidad de atracción que se convierte en un despojo visual, en un juego tan pobre en sus ambiciones, que ni John Moore ni sus responsables parecen ser conscientes de la bazofia fílmica que da como resultado una lamentable oportunidad perdida.
Existe cierto tono crítico tras tanto légamo de despropósito, que se centra, desmañadamente, en acusar a las grandes multinacionales de una evidente manipulación de las personas y el sistema. Pero poco más. Los elementos más característicos de un personaje como Payne están tratados de forma hiperbólica y risible. La condición de "outsider" renegado del protagonista, de su oscuridad trágica, de su figura taciturna que acentúan su condición de antihéroe dramático está simplificada al máximo. El hombre vengativo es mostrado sin escrúpulos, sin humor, sin razón para vivir aparente… pero carente del humor negro y cinismo que hacían del personaje renderizado con ése elemento de humanidad y simpatía que aquí no existe. A cambio, Moore se apoya en el universo digitalizado de una ciudad estilizada a golpe de filtro pixelado, de artificiosa deformidad que, si bien logra cierto tono gélido de la segunda parte del juego, no consigue operar a ningún otro nivel; ni en el narrativo, ni cuando la acción reclama su protagonismo.
La intención era clara; la de revivir el espíritu "noir" creando imágenes de barrios oscuros y ambientes nocturnos que simulen el videojuego. De algún modo, Max Payne, dentro del videojuego, era percibido como un claro homenaje a la novela negra americana desde una perspectiva muy europea. Pero la grandilocuencia de Moore y del fotógrafo Jonathan Sela desvinculan esta tradición hacia una circunstancia estética en continuo contraste monocromático bajo una puesta en escena sin alma creada con tanta imaginería digital. No hay nada que brille con luz propia dentro de este "Max Payne" mortecino e infumable. Ni siquiera esa visualización del célebre e imprescindible "bullet time" del juego, ni esos demonios alados de la mitología griega producto del Valkyr ligadas a la tradición nórdica. La espectacularidad, para Moore, es ofrecer un atropellado montaje de rácano lenguaje primario, tan inexpresivo como hueco.
Tampoco ayuda mucho la presencia de Mark Wahlberg interpretando a este duro policía. El actor da una inmejorable demostración de sus ocasionales errores dentro de una irregular carrera, dejándose llevar por ese tono impávido que impregna el total del metraje. Pero no es el único, ya que le siguen unos personajes secundarios completamente unidimensionales y arquetípicos, exentos de todo atisbo de carisma. De ahí que Chris “Ludacris”, Beau Bridges, Amaury Nolasco y un reaparecido Chris O"Donnell sean simples peones de una partida aburrídisima. Ni siquiera hay oportunidad de recrear la vista con la sugerente presencia de Olga Kurylenko, ya que su papel es inapreciable. Lo peor de todo es que la historia del videojuego de "Max Payne" era la oportunidad perfecta para proponer de una vez por todas una vía de acercamiento alternativa fascinante entre los dos formatos que se unen, aprovechando lo mejor de ambos para crear un producto contundente, de una calidad por encima de la media. Si a eso añadimos que Marco Beltrami realiza una excelente composición orquestal que se pierde en la maraña de imágenes, mejor olvidarla por completo.
Lo tenía todo; un personaje traumatizado, acción a lo "Matrix", éter pesadillesco, malvados de lujo y un inconfesable secreto a modo de giro narrativo y dramático más brutal visto en un producto audiovisual de este calibre. Sin embargo, Hollywood no se puede permitir traspasar el umbral de lo que dicte la taquilla familiar. A cambio, nos queda una de las más sonrojantes y aborrecedoras muestras de aburrimiento vistas en mucho tiempo. Además de desacreditar y profanar la idea de lo que hubiera sido una estupenda saga cinematográfica, "Max Payne" es una de las peores películas de este 2008. Si no la más bochornosa de las vistas en este año.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008