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Bollywood pervertido, Hollywood
encubierto
A pesar de se una pequeña producción,
la película de moda es una zafia mezcla de la idiosincrasia hindú con el empaque
de los objetivos comerciales de Hollywood
La flamante gran triunfadora de los pasados Oscar de Hollywood tiene todos los ingredientes para gustar al gran público; una historia que exalta lo sórdido para remarcar el drama, un cuento moral de sentimentalismo algo barato y un arco romántico que se resuelve con el clásico "happy end". En todo momento, Slumdog Millionaire es consciente de su rápida empatía con el gran público. Es lo que ha generado ese tremendo "boca-oreja" que ha hecho de ella la película que nadie se quiere perder. Amén de las ocho estatuillas que ha conseguido, por encima de películas que son mucho más provechosas y permanentes como obras cinematográficas.
La historia que se propone es la siguiente; Jamal Malik es un joven de raíces pobres y rabaleras que proviene de los tugurios de Dharavi, en Mumbay (el Bombay de toda la vida) que participa en el universal concurso ¿Quien quiere ser millonario?. Sobrepasando cualquier expectativa, el chaval consigue llegar a la última pregunta, respondiendo todas y cada de las anteriores, lo que provoca su detención por parte de los organizadores y el gobierno (sic), que sospechan un posible fraude. Es en comisaría y tras una serie de torturas, cuando el chico argumenta porqué conoce las respuestas. Todas ellas tienen relación con pasajes de su pasado, cuando era un niño que malvivía por los getos hindúes junto a su hermano mayor Salim y a una niña huérfana llamada Latika, el gran amor de su vida.
Alejado del cariz independiente y humilde con el que han pretendido vender desde su lanzamiento, el filme de Danny Boyle, el hoy domesticado "enfant terrible" del cine europeo de los 90, es un claro producto pervertido por el empalagoso tinte de las grandes producciones de Hollywood. Porque, hay que dejar claro, que Slumdog Millionaire no es una pequeña y humilde producción con la esencia Bollywood. En cuanto a números, puede parecerlo, pero en designios, embrolla sabia y adecuadamente la aparatosa promoción de esta idiosincrasia hindú con el empaque de los objetivos comerciales de las grandes producciones.
Basado en la novela del diplomático Vikas Swarup "Q & A", la fácil mecánica de Slumdog Millionaire se resume en el concurso, el interrogatorio y los continuos "flashbacks" que van reconstruyendo la desgraciada biografía del joven y un retrato de las miserias tercermundistas a las que ha tenido que sobrevivir para alcanzar su catarsis individual y amorosa. El guionista Simon Beaufoy y el director de "Trainspotting" juegan a mezclar géneros, desde el cine social narrado en forma de docudrama intimista, al cine pseudopicaresco con golpes de humor, ciertas dosis de romanticismo infantil, pero sobre todo enfocado hacia el "thriller" y la acción, hasta acabar con un número musical coreografiado, como buen tópico del Bollywood que imitan.
En todo momento, Boyle se empeña en que su fábula no pierda de vista el costumbrismo, la realidad más cruel y el cuento "dickensiano" de aspiraciones crédulas y morales, adobando bien la cosa con un tono poético y colorista, que va desarrollando sus pautas narrativas de forma visualmente atractiva, con cierto dinamismo y entretenimiento instructivo. Slumdog Millionaire se cree, a pies juntillas, que el cine es fantasía, por eso, a pesar de muchos de los momentos crueles y “reales” de la miseria infantil que viven los hermanos Malik, la operística que se crea a su alrededor no deja de ser un enorme "bigger than life" muy al gusto de Hollywood.
La película se acoge así a una aflictiva esclerosis medular a la hora de interponer esa ferocidad casi sádica de la niñez en Dharavi con una insustancial edulcoración del presente, que retrotrae los recuerdos en forma de preguntas del concurso aludiendo a un destino caprichoso y surrealista a la hora de acomodar todas y cada de una de las cuestiones del juego televisivo a unas cuantas anécdotas vitales de la vida de Jamal. Para Boyle, Beaufoy y Swarup la tragedia y el tópico reflejo de la pobreza parece una especie de globalización del sentimentalismo cuando se trata de reflejar la verdad y el sufrimiento de esos niños buscavidas sin salida que tienen su única oportunidad en un ilusorio programa de televisión.
Podría verse como una satisfacción del propio sentimiento de culpa, intuido en varios segmentos del filme, como la descripción escabrosa del arrabal donde viven los niños, las mafias que los someten cegándolos para dar pena cuando mendigan o prostituyendo a las inocentes niñas. Como que la madre musulmana de Jamal y Salim sea asesinada por una banda de malvados hindúes destinados a matar musulmanes, llegando a la ridiculización que hace a su vez de los turistas que desfilan por la nación india. Sería algo así como una frivolidad exótica con fuerte carga de conciencia, puesto que no escapa de caer en la esteriotipada perspectiva occidental de observar la pobreza en un entorno tercermundista, mostrándolo muy autóctono y real, pero demasiado exagerado y falso como para ser creíble.
Por supuesto, en un filme como este, lo más importante no el énfasis social o el análisis de una realidad adulterada, a pesar de que sus personajes roben y timen y su mundo esté corrompido por la crueldad, la historia no deja de ser una aventura cargada de autocomplacencia. Aquí lo que trasciende es el romance intermitente e idealizado, donde el dinero no es lo importante, sino la consecución de los sueños del corazón. El materialismo, una vez más (como siempre en las fábulas románticas) no tiene nada que hacer si se interpone el amor verdadero, en este caso afectado de impostura. No obstante, las concesiones a lo fácil y ese alarde sentimental y quimérico no empañan la desenvoltura con la que Boyle sabe acercar al espectador esta improbable fábula a la emoción, la simpatía y la cercanía.
El declarado poder de fascinación del director por la India queda patente en los fogonazos de montaje sincopado a cargo de Chris Dickens, de cuidada estética y estudiada dirección. A nivel técnico, Slumdog Millionaire está rodada con convicción, con la ostentación propia del cineasta amante de la retórica frenética, heredada de algunas de sus anteriores y visuales énfasis eclécticas, en las que da lo mismo que unos "zombies" atosiguen a los supervivientes protagonistas en 28 días después que, aquí, unos niños corran huyendo de la miseria y el infortunio.
Es la película de moda, ésa de la que todos hablan y que ha ganado tantos
Oscar. Un filme de éxito efímero que disfruta, con la euforia de los comentarios
de gran parte del público, su circunstancial éxito de caducidad casi
instantánea. “Sólo cabe esperar que lo peor haya pasado, y que se avecinen
películas mejores, musicales mejores y tiempos mejores”. No son palabras del que
esto suscribe, sino del célebre escritor nacido en Bombay Salman
Rushdie.