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Debut en la dirección de Luis García Berlanga (en solitario, tras Esa Pareja Feliz, en la que compartió crédito con J.A. Bardem) y su única colaboración con el operador alicantino Manuel Berenguer [ASC], en una película acerca de los habitantes de un pequeño castellano de la posguerra cuya existencia se ve alterada por el anuncio de la próxima visita de los americanos con motivo del plan de ayuda Marshall, lo que llevará a todo el pueblo a preparar una gran fiesta de bienvenida.
Aunque la película es reconocida como una de las obras cumbre de la cinematografía española, a nivel personal Berlanga siempre ha recordado lo problemático que fue este rodaje (en su mayor parte en el pueblo madrileño de Guadalix de la Sierra y en los desaparecidos estudios CEA de Ciudad Lineal), ya que su inexperiencia y dudas como director y la desconfianza de actores y técnicos ante el proyecto le colocaron con frencuencia en dificiles posiciones de las que pudo salir únicamente mediante grandes dosis de paciencia y con la colaboración de los productores. En concreto, Berenguer y su equipo, cuenta Berlanga, cerraban el obturador de la cámara para que cuando Berlanga mirase por el visor no pudiera ver nada (y ver así si realmente se atrevía a decir que no veía o simplemente decir que todo estaba bien), o se reían de él ante los intentos de que un paracaídas se alzase al viento colocado detrás de un tractor.
Pese al tenso clima de rodaje, el inteligente guión de la película y las sencillas formas narrativas empleadas por el director (una presentación general de personajes en off y un narrador onmisciente) sacan delante de manera más que notable la película, que desde el punto de vista técnico es un trabajo muy típico de la época pero está realizado de manera más que competente; en interiores los niveles de iluminación son altos y utilizan fuertes luces dirigidas sobre los actores (lo que se pone claramente de manifiesto en las secuencias nocturnas, en las que directamente los siguen mientras se mueven por los decorados), aunque Berenguer muestra en todo momento su clase y talento para la composición de la imagen, con planos estáticos, ángulos brillantemente escogidos y actores cuidadosamente posicionados para no solaparse los unos a los otros.
Los primeros planos de Lolita Sevilla y los números musicales buscan un mayor glamour mediante el empleo de una iluminación ligeramente más suave y menos contrastada, mientras que los exteriores –posiblemente por la falta de medios- confían también más en la composición de la imagen y en la dirección de la luz natural que en la iluminación, puesto que en ocasiones se percibe que no todos los actores que aparecen en los planos están al alcance de la luz de los arcos, mientras que hay secuencias en que directamente éstos no se utilizan.
En definitiva se trata de un trabajo bien realizado para la época y medios disponibles en el cine español y que tiene como trasfondo irónico que su autor sí terminase trabajando para los americanos (bien como primer operador u operador de segunda unidad) e incluso fuese el primer español que llegó a formar parte de la prestigiosa American Society of Cinematographers (ASC) en la década de los 60.
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por Nacho Aguilar , © zonadvd 2006